Chaitanya, el Avatar de Oro
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En el mundo material, todo es una creación. Todo lo que podemos concebir a través de la experiencia personal, incluidos nuestros cuerpos y mentes, ha sido creado. Este proceso de creación comenzó con la vida de Brahma, el primer ser creado y gobernante de nuestra galaxia, y el principio creativo opera en todo el mundo material debido a la influencia de la pasión. Sin embargo, como esto brilla por su ausencia en los Vaikuṇṭhas espirituales, allí no tiene lugar ninguna creación, todo existe eternamente. Además, como no hay ignorancia, tampoco puede haber aniquilación o destrucción. En el mundo material, a pesar de todos los esfuerzos por cultivar las cualidades virtuosas mencionadas anteriormente para que todo sea permanente, nada puede existir a perpetuidad, a pesar de las buenas ideas de las mejores mentes científicas, porque la virtud material está mezclada con la pasión y la ignorancia. En consecuencia, no tenemos experiencia de eternidad, dicha y omnisciencia en este mundo. Por el contrario, en el mundo espiritual, donde los atributos de la naturaleza material brillan por su ausencia, todo es eterno, lleno de dicha y conocimiento. Todas las cosas tienen el don de expresarse, moverse, oír y ver, y esto en una existencia de felicidad eterna. En estas condiciones, ni el espacio ni el tiempo, en forma de pasado, presente y futuro, tienen ninguna influencia sobre él: no hay cambio en el mundo espiritual, ya que el tiempo no tiene ningún asidero en él. En consecuencia, no hay influencia de la energía material total (māyā), que nos impulsa a ser cada vez más materialistas y a olvidar la relación que nos une con Dios.

Como chispas espirituales de los rayos que emanan del cuerpo trascendental del Señor, estamos eternamente conectados a Él y participamos de su naturaleza. La energía material es como una ganga que envuelve esta partícula de energía espiritual, pero en Vaikuṇṭhaloka, los seres vivos, están libres de tal velo, sin perder nunca la memoria de su identidad. Eternamente permanecen conscientes de su vínculo con Dios, estando situados en su condición natural de ofrecer un servicio amoroso trascendental al Señor. Del hecho de que estén constantemente absorbidos en este servicio trascendental, es natural concluir que sus sentidos son también de naturaleza trascendental, ya que no se puede servir al Señor con sentidos materiales. Los anfitriones de Vaikuṇṭhaloka están, por tanto, desprovistos de esos sentidos que pretenden dominar la naturaleza material. Los que siguen siendo neófitos en el camino del conocimiento se dicen a sí mismos que un lugar desprovisto de características materiales sólo puede ser una nada sin forma. Pero la verdad es que el mundo espiritual no carece de características, pero éstas difieren de las de la naturaleza material, pues todo allí es eterno, infinito y puro. La atmósfera produce su propia luz, sin necesidad del sol, la luna, el fuego, la fuerza eléctrica. Quien llega a este reino nunca vuelve a este mundo en un cuerpo material. Todos los seres que viven allí se entregan sumisamente al servicio amoroso del Señor.

Los habitantes de Vaikuṇṭha, el mundo espiritual, tienen un cuerpo de brillante complexión negra, mucho más fascinante y atractivo que las opacas pieles blancas o negras, del universo material. Sus cuerpos de naturaleza espiritual no tienen equivalente en este mundo. La radiante belleza de una nube iluminada por un relámpago ofrece sólo un atisbo de su atractivo. Suelen llevar ropa amarilla, sus delicados cuerpos tienen formas atractivas y sus ojos son como pétalos de loto. Como Viṣṇu, el Señor, los seres que pueblan Vaikuṇṭha tienen cuatro brazos y llevan una caracola, una rueda, una maza y un loto. Sus pechos son amplios y están bellamente adornados con collares de un metal que recuerda a los diamantes y adornados con joyas como nunca se pueden encontrar en el mundo material. Los residentes de Vaikuṇṭha son ricos en poder y resplandor perpetuos. Algunas tienen una tez que recuerda al coral rojo, ojos de gato y loto; todas llevan adornos en las orejas, todos de piedras preciosas. En sus cabezas llevan diademas de flores en forma de guirnaldas.

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