Chaitanya, el Avatar de Oro
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Por lo tanto, debemos entrenar la mente y el intelecto de manera sistemática para que en el momento de la muerte podamos desear conscientemente un cuerpo que nos convenga, ya sea en este planeta tierra o en otro planeta material, o incluso en un planeta trascendental. Una civilización que no tiene en cuenta la elevación gradual del alma inmortal sólo fomenta una vida de ignorancia bestial.

No es razonable creer que todas las almas que pasan de la vida a la muerte alcanzan el mismo destino. O bien vuelve al lugar que ha elegido para sí mismo, o se ve obligado a someterse a una condición determinada por la vida que acaba de llevar. Lo que distingue al materialista del espiritualista es que el primero no puede determinar su próximo cuerpo, mientras que el segundo puede adquirir conscientemente uno que le permita experimentar los placeres de los planetas superiores. A lo largo de su vida, el materialista inferior, obsesionado por la satisfacción de sus sentidos, se pasa el día trabajando para mantener a su familia y por la noche malgasta su energía en placeres carnales o se duerme meditando sobre lo que ha conseguido durante el día. Tal es la monótona historia de los materialistas. Aunque se clasifican de forma diferente como empresarios, abogados, políticos, profesores, magistrados, porteros, carteristas, trabajadores, etc., en realidad no tienen otra preocupación que comer, dormir, defenderse y satisfacer sus sentidos. Así, sacrifican sus preciosas vidas en pos del disfrute material y no logran alcanzar la perfección de la existencia a través de la realización espiritual.

El espiritualista busca esta perfección. Por lo tanto, todo el mundo debería convertirse en un alma realizada. El yoga (la práctica de la unión con Dios) permite al alma estar conectada con el Señor a través de su servicio. Este tipo de yoga sólo puede practicarse sin cambiar la posición social si se cuenta con la guía de un maestro. Como ya hemos dicho, el espiritista puede ir a un lugar de su elección sin utilizar ningún medio mecánico, pues conoce el arte de ubicar su mente e inteligencia dentro del aire que circula en su cuerpo. Al retener la respiración, integra este aire con la respiración universal fuera de su cuerpo. A través de este aire universal, el espiritista puede viajar al planeta de su elección y adquirir una envoltura carnal adaptada a su atmósfera.

Para entender mejor este proceso, se puede comparar con la transmisión electrónica de ondas de radio. Las ondas sonoras producidas por un radiotransmisor pueden viajar a lo largo y ancho de la tierra en cuestión de segundos. Ahora bien, el sonido procede de la atmósfera etérea, como ya se ha explicado, más sutil que el éter es la mente, y aún más sutil que el éter es la inteligencia. Por último, la energía espiritual, que difiere totalmente de la materia, supera incluso a la inteligencia. Es difícil imaginar la velocidad a la que puede viajar el alma en la atmósfera universal.

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