En su libro El Paraíso Perdido, Milton ilustró la miserable vida que el alma ha elegido vivir cuando se trata del mundo material. Pero el alma puede decidir con la misma facilidad regresar a este paraíso y a su hogar original en el reino de Dios.
En la hora crítica de la muerte, al llevar la fuerza vital entre las dos cejas, uno puede entonces elegir su destino. Aquel que ya no desea conservar ninguna conexión con el mundo material puede, en menos de un segundo, obtener el reino trascendental de Vaikuṇṭha, donde vivirá en su cuerpo espiritual, un cuerpo adaptado a la atmósfera espiritual. Le basta con desear abandonar el mundo de la materia densa y etérea, y entonces desplazar la fuerza vital hasta la parte superior del cráneo, donde se encuentra el orificio por el que abandonará su cuerpo.
Tal empresa es fácil para quienes han perfeccionado la práctica del yoga. Por supuesto, el hombre tiene libre albedrío y, por lo tanto, si no desea liberarse del universo material, puede ocupar el puesto de Brahmā y visitar los Siddhalokas, los planetas donde viven seres materialmente perfectos que tienen todos los poderes para controlar la gravedad, el espacio y el tiempo. No es necesario abandonar el cuerpo sutil y etéreo (compuesto por la mente, la inteligencia y el falso ego): sólo hay que desprenderse del cuerpo material, de materia densa. Cada planeta tiene su propia atmósfera, y si uno desea ir a un planeta determinado, debe adaptar su cuerpo a las condiciones climáticas de ese planeta. Si quieres ir de la India a Europa, donde el clima es diferente, tienes que cambiarte de ropa. Del mismo modo, uno tiene que cambiar su cuerpo completamente para ir a los planetas trascendentales de Vaikuṇṭha. Sin embargo, el que aspira a los planetas materiales más elevados y paradisíacos puede conservar la vestimenta sutil, pero tiene que dejar su envoltura carnal de materia densa, hecha de tierra, agua, fuego, aire y éter.
Cuando uno va a un planeta trascendental, es necesario dejar tanto su cuerpo etéreo como su cuerpo de materia densa, pues hay que ganar el mundo espiritual en forma puramente espiritual. Sin embargo, este cambio de cuerpo se producirá automáticamente en el momento de la muerte si uno tiene el deseo de hacerlo. En realidad, podemos obtener un nuevo cuerpo material correspondiente a los deseos que tenemos en el momento de la muerte. Es el deseo de la mente el que lleva el alma a una atmósfera adecuada, igual que el viento lleva un aroma de un lugar a otro. Desgraciadamente, a diferencia de las almas realizadas, los humildes materialistas, que durante toda su existencia se entregan a los placeres de los sentidos, están desconcertados por el desorden mental y físico que marca el momento de su muerte. Estos burdos sensualistas, empantanados en las concepciones, deseos y relaciones que marcaron sus vidas, codician entonces lo que va en contra de sus intereses y asumen tontamente nuevos cuerpos que sólo perpetúan sus sufrimientos materiales.