El Mundo Espiritual
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Ningún planeta material, incluido Satyaloka, puede compararse con los planetas espirituales, donde no aparece ninguna de las cinco características del mundo de la materia, a saber, la ignorancia, el sufrimiento, el egoísmo, la ira y la envidia.

En el mundo material, todo es una creación. Todo lo que la experiencia personal nos da para concebir, incluyendo nuestro cuerpo y nuestra mente, ha sido creado. Este proceso de creación comenzó con la vida de Brahmā, el primer ser creado y gobernante de nuestra galaxia, y el principio creativo opera en todo el mundo material debido a la influencia de la pasión. Sin embargo, como esta última brilla por su ausencia en los planetas Vaikuntha, allí no tiene lugar ninguna creación, todo existe eternamente. Además, como no hay ignorancia, tampoco puede haber aniquilación o destrucción. En el mundo material, a pesar de todos los esfuerzos por cultivar las cualidades virtuosas mencionadas anteriormente para que todo sea permanente, nada puede existir a perpetuidad, a pesar de las buenas ideas de las mejores mentes científicas, porque la virtud material está mezclada con la pasión y la ignorancia. En consecuencia, no hemos tenido ninguna experiencia de eternidad, dicha y omnisciencia en este mundo. Por el contrario, en el mundo espiritual, donde los gunas brillan por su ausencia, todo es eterno, lleno de dicha y conocimiento. Todo recibe el don de la expresión, el movimiento, el oído y la vista, y esto en una existencia de felicidad eterna. En estas condiciones, ni el espacio ni el tiempo, en forma de pasado, presente y futuro, tienen ninguna influencia sobre él: ningún cambio, por tanto, en el mundo espiritual, ya que el tiempo no tiene ningún asidero en él. En consecuencia, no hay influencia de la energía material total (māyā), que hace que nos volvamos cada vez más materialistas y olvidemos la relación que nos une con Dios.

En verdad, el mundo espiritual no carece de características, pero éstas difieren de las de la naturaleza material, pues todo allí es eterno, infinito y puro. Todas las creaciones materiales y espirituales de Dios marcan la opulencia, la belleza y el conocimiento, pero el mundo espiritual, en particular, es glorioso, porque todo en él es puro conocimiento, pura dicha y pura eternidad.

La entidad espiritual inmersa en el servicio de amor y devoción que ofrece al Señor permanentemente, sin cesar, y por el amor de Dios que le anima, se encuentra en la virtud pura, la felicidad perfecta. La condición normal del ser individual es la dicha espiritual, la satisfacción total. Este estado de plenitud no se parece en nada a la dichosa satisfacción de los que se hunden en la inacción. Este estado de perfección se alcanza en el momento en que uno se establece firmemente en la práctica del servicio devocional, que es la actividad pura y natural del alma y es totalmente opuesta al estado inactivo. La actividad del alma se altera por el contacto con la materia, y en esta condición mórbida se transforma en concupiscencia, lujuria, codicia, inacción, necedad, sueño.


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