Los sufrimientos que padecemos en nuestros días son las consecuencias exactas de los actos abominables que hemos cometido en nuestra vida anterior. El que comete un asesinato, aunque fuera con un monstruo, deberá sufrir mucho en su vida futura y será asesinado a su vez. Condenar a muerte a un asesino es evitarle grandes sufrimientos en su siguiente vida. Podemos escapar a la justicia de los hombres, a la de Dios es imposible.
Éxodo 21, 23-25 Levítico 24, 17-22 Deuteronomio 19, 21 Génesis IX: 6
El sufrimiento es útil y necesario porque permite borrar los pecados y los actos malvados incluso los criminales cometidos en el pasado.
Está escrito: «No matarás» y «Quien a espada mata a espada muere».
También está escrito: «Ojo por ojo, diente por diente». Pero, si resulta conveniente aplicar ese principio es en contra de quien cruel y descaradamente sacrifica la vida de los demás para asegurarse su propia subsistencia. La verdadera justicia social consiste en condenar a semejante miserable a la pena de muerte y esto es para evitarle ir al infierno. La ejecución de un asesino por decisión del Estado representa una ventaja para el culpable, porque así no tendrá que sufrir por su crimen en su siguiente vida. En verdad, la pena de muerte es la sentencia más leve que semejante asesino puede escuchar que se pronuncia en su contra y los smrti-sastras estipulan que al recibir del rey tal castigo, según el principio de «ojo por ojo, diente por diente», el culpable queda purificado de todas sus faltas, de modo que puede llegar a ser ascendido a los planetas edénicos.
También es un asesino el que mata a un animal. Eso es lo que afirma Manu, el ilustre autor del tratado que incluye todos los códigos cívicos y principios religiosos aplicables a la sociedad humana. Porque la carne de animal no está destinada al hombre civilizado, cuyo primer deber es prepararse para volver a Dios. Siempre según Manu, el acto de matar a un animal se incluye en una amplia conspiración ejecutada por un grupo de pecadores, todos igualmente culpables y merecedores de ser castigados por asesinato, exactamente como un grupo de conspiradores que atentan, en un esfuerzo combinado, contra la vida de un hombre. El que permite que se mate a un animal y el que lleva a cabo el acto asesino, el que vende la carne del animal abatido y el que lo cocina, el que distribuye semejante alimento y, por último, el que lo come, todos son asesinos, todos igualmente merecedores de los castigos que han preparado las leyes de la naturaleza.
A pesar de todos los progresos de la ciencia material, nadie puede crear un ser vivo; nadie tiene, por tanto, el derecho de matar a un ser vivo a su antojo.
La persona que conoce la degeneración pero que en su vida anterior fue virtuosa, si se vuelve hacia Dios recuperará su posición original.