virtud, una actitud así no es realmente deseable. En lugar de adorar a Dios con la esperanza de incrementar así nuestra opulencia temporal, es mejor despegarnos de la materia. El acceso a la liberación pasa por despegarse del núcleo familiar y de los bienes materiales.
El sufrimiento nace de nuestro apego. Apegados a lo material, deseamos muchos bienes temporales; también Krishna nos da la oportunidad de disfrutar de todas las comodidades a las que aspiramos. Pero hay que merecerlas. Merezcámoslas primero y deseémoslas después. Imaginemos que yo aspiro a convertirme en rey: para merecer ese cargo tengo que haber realizado en el pasado actos de piedad.
Krishna nos puede dar todo lo que queramos, incluso la liberación.
Antes de poder convertirnos en devotos del Señor, primero tenemos que purificarnos de todos los apegos materiales. Esta condición previa se llama vairâgya.
La renuncia implica alejarse de su padre, madre, hermanos y hermanas, mujer, hijos para extender el amor que se entrega al Señor Supremo por una parte y a todos los seres sin excepción, por otra parte. Es renunciar a su estatus social, desprenderse de todos sus bienes materiales y optar por el celibato total para amar a Dios, abandonarse a él y servirlo con amor y devoción. Esa es la renuncia perfecta.
Con tanto pensar «pertenezco a tal familia, tal país, tal religión, tal raza…» casi no es posible tomar consciencia de Dios. Con tanto creer ser americano, hindú, africano, padre, madre, marido o mujer de este o aquella, nos quedamos apegados a las designaciones materiales. Yo soy un alma espiritual y todos esos apegos corresponden al cuerpo. Pero no soy el cuerpo. Eso es lo que hay que entender esencialmente. Si no soy el cuerpo, ¿de quién soy padre o madre?
Krishna encarna al padre y la madre Supremos mientras que nosotros solo hacemos el papel de padre, madre, hermana o hermano. Es la Naturaleza material la que nos hace dudar diciendo: «Perteneces a esa familia y a ese país».
El paraíso, el infierno o el regreso junto a Dios en nuestra morada primera: nosotros elegimos. Cualquier persona inteligente pensará: «Si hay que prepararse para la vida futura, ¿por qué no reintegramos el Reino de Dios?»
Cuando nuestro cuerpo actual deje de existir, tendremos que aceptar uno nuevo. Aquellos que se rigen por la Virtud y que evitan los principios de una vida de pecado renacerán en los planetas superiores. Aunque no se hagan devotos del Señor, disfrutarán de esa gran ventaja siempre que adopten los principios reguladores que los mantendrá en la Virtud. Para eso debe servir la vida humana. Pero si la desperdiciamos viviendo como los animales que se contentan con comer, dormir, aparearse y defenderse, esa oportunidad no volverá a presentarse por un tiempo.
Al ignorar esto, los impíos no creen en una vida futura, pretenden que todo acaba con la muerte. Estos hombres se creen salvadores o filósofos aunque en verdad están