Los prejuicios tienen varios orígenes, uno de los cuales se debe a la influencia de la institución religiosa predominante en Occidente durante siglos: la religión judeocristiana. Esta religión trabajó deliberada y activamente para erradicar de sus dogmas todo lo que pudiera evocar el principio del karma y la reencarnación. (A pesar de esto, todavía hay algunos pasajes en la Biblia que nos recuerdan a ellos).
Muchos Padres de la Iglesia, como Clemente de Alejandría, Justino el Mártir, San Gregorio de Nisa, Arnobio, San Gerónimo, apoyaron la visión reencarnacionista. Orígenes, el teólogo cristiano más prolífico y destacado de la Iglesia primitiva, defendió abiertamente los principios reencarnacionistas. Pero en 553, en el Concilio de Constantinopla, el emperador Justiniano hizo condenar el principio reencarnatorio y lo abolió de la teología cristiana. Afirmaba, de paso, que era cuestionable la validez de los conceptos de una religión cuyos dogmas habían sido reelaborados según los caprichos de diversas ambiciones y aspiraciones políticas, para justificar estos cambios doctrinales, que la fe reencarnacionista fomentaría cierta laxitud entre los fieles. Según él, si los fieles adoptaran el principio de la reencarnación serían demasiado perezosos con su salvación, tenderían a querer «tomarse su tiempo» ya que tienen varias vidas para conseguirla. Así que hizo adoptar en su lugar el dogma autorizado de la «salvación en una sola vida». Un dogma, eminentemente discutible por varias razones:
– ¿Cómo hablar de la bondad y la misericordia de Dios, si Dios debe condenar a un ser a la condenación eterna en el juicio de una sola vida y, además, cuando desde el nacimiento este ser caído y desfavorecido tiene todas las posibilidades de s en el camino del pecado?
– Si el alma, el principio vital que anima el cuerpo, es eterna, como bien afirma el dogma cristiano, ¿por qué entonces limitarse a «una vida»?
Las fallas y deficiencias de tal filosofía son obvias. La condenación eterna no existe. Es producto de la fértil imaginación de teólogos desprovistos de verdadero conocimiento espiritual, que nada saben de Dios. Dios, tal es su bondad, da, una y otra vez, al infinito, a todos y cada uno, la posibilidad de volver a Él. El verdadero propósito de la existencia es desarrollar el verdadero conocimiento espiritual, y muchos seres, de hecho la mayoría, necesitarán múltiples existencias antes de alcanzarlo. En última instancia, la perfección de este conocimiento consiste en escapar del ciclo de muertes y renacimientos repetidos y regresar al mundo espiritual para servir allí a Dios en el amor redescubierto en su persona sublime.
El simple hecho de conocer la naturaleza absoluta de Krishna, Dios, la Persona Suprema, libera de las cadenas del ciclo de muertes y repetidos renacimientos. Cuando deja su cuerpo material, el ser liberado regresa entonces a su hogar original, en el Reino de Dios.
Entreguémonos a Krishna, Dios, la Persona Suprema, y sirvámosle con amor y devoción, y al morir nuestro cuerpo recuperaremos nuestro cuerpo espiritual a través