Alcanzar la realización espiritual perfecta implica que hay que adoptar la vida espiritual, toda ella virtud. Reconocer la identidad espiritual significa que nos volvemos indiferentes ante las necesidades de los cuerpos materiales y etéreos para darle más seriedad a las actividades del alma. Las incitaciones para que actuemos vienen del alma. Si ignoramos nuestro yo verdadero, si ignoramos la naturaleza espiritual del alma, nuestras actividades se vuelven ilusorias. Inmerso en esta ignorancia, el ser cree encontrar su propio interés en el de los cuerpos materiales y etéreos y es así como, vida tras vida, sigue tratando en vano de desperdiciar sus energías.
Solo cuando cultiva el conocimiento de su verdadera identidad comienzan sus actividades de alma espiritual. Aquel que ajusta sus actos a la naturaleza del alma se convierte en un alma liberada hasta el mismo núcleo de la materia. Eso lo consigue fácilmente aquel que se abandona a Dios. El Señor se encuentra en el corazón de todos los seres y de él proceden el recuerdo, el saber y el olvido.
Cuando el ser humano desea obtener placeres de la energía material (un fenómeno puramente ilusorio), el Señor lo sumerge en el misterio del olvido de forma que al equivocarse en sus cuerpos material y etéreo, los confunde con su propio yo.
Por el contrario, cuando el ser condicionado cultiva el saber espiritual y ruega al Señor que lo libere de las garras del olvido, Este en Su infinita misericordia, retira el velo de la ilusión que lo recubría de tal forma que se pueda dar cuenta de cuál es su auténtica identidad. Así, el alma conocedora recupera su condición natural, original y eterna, y se compromete así en el servicio del Señor a través de Sus poderes externos o incluso directamente a través de Sus poderes internos.
El alma no es ni masculina ni femenina.
Hay que esforzarse en distinguir el alma espiritual del cuerpo material sin apegarse a las designaciones exteriores de masculino o femenino. Mientras estas distinciones se mantengan en nuestro espíritu, no hace falta tratar de convertirse en eremita. Al menos se trata de estar convencido intelectualmente de que el ser en sí mismo, el alma, no es masculino ni femenino. La envoltura exterior, constituida por materia, es organizada por la naturaleza material con el fin de provocar una atracción por el sexo opuesto y así proteger al ser prisionero de la existencia condicionada. El ser liberado se eleva más allá de esas dualidades perversas, no hace diferencias entre un alma y otra. Para él todas participan de una sola y misma naturaleza espiritual. Por tanto, estar liberado es poseer perfectamente esta visión espiritual.
La muerte es el cambio súbito de cuerpo.
Estar plenamente absorbido en Krishna y apartado de toda suciedad, de todo deseo material, son una sola y misma cosa. Igual que un rico deja a un lado los objetos de pacotilla, el devoto de Krishna seguro de alcanzar el reino del Señor donde la existencia es eterna, plena de conocimiento y felicidad, no muestra naturalmente