Como podéis ver, hacer el bien, ser virtuosos y benevolentes, estar llenos de amor al prójimo, no pone fin a la existencia, sino que provoca también una reencarnación.
Del mismo modo, si hacemos el mal, de cualquier manera, sufriremos exactamente lo mismo en nuestra próxima vida. Lo que hagamos, lo haremos. Cinco formas de ser provocan inevitablemente la reencarnación: la concupiscencia, el materialista exacerbado por los placeres de los sentidos, el rechazo de Dios como lo hacen los ateos incrédulos, la codicia y la ira.
El amor y la benevolencia solos son un freno al desarrollo y a la elevación espiritual, puesto que tienen como base el bienestar corporal y no el del alma. Ahora bien, no es el interés del cuerpo lo que hay que buscar, sino el del alma. El amor, la benevolencia, la maldad, y el odio, por ejemplo, anclan el alma espiritual encarnada en el ciclo de las reencarnaciones perpetuas, y al contrario, no rompen la cadena que retiene al alma prisionera de la materia. No olvidemos que cada uno de nosotros es un alma espiritual, y no el cuerpo material.
Cómo hacer que nuestros pensamientos, palabras y acciones no produzcan ningún efecto.
El Señor nos enseña cómo hacer que nuestras acciones no tengan consecuencias.
El Señor Krishna dijo: «Deseo ver felices a todos los seres de este mundo».
El Señor Krisna enseña: «Por quien Me adora, abandona a Mì todas sus acciones y se entrega a Mì sin compartir, absorto en el servicio devocional y meditando constantemente sobre Mì, por este Yo soy el Liberador que pronto lo arrancará del océano de muertos y renacimientos. Simplemente fija tu mente en Mí, Dios, la Persona Suprema, y aloja en Mí toda tu inteligencia. Así, sin duda, vivirás siempre en Mí. Si no puedes atar tu mente a Mí sin fallar, observa los principios reguladores del servicio devocional.
Sin embargo, si no puedes obedecer los principios regulatorios del servicio devocional, entonces trata de consagrar tus obras a Mí, porque al actuar por Mí, alcanzarás el estado perfecto.
Y si ni siquiera puedes actuar en esta conciencia, entonces esfuérzate por renunciar a todos los frutos de tus actos, y en el alma por establecer tu conciencia.
Pero si a esta práctica tampoco te puedes doblegar, entonces cultiva el conocimiento. Superior al conocimiento, sin embargo, es la meditación, y superior a la meditación, la renuncia a los frutos de los actos, porque esta renuncia puede conferir a la mente toda paz.
Aquel que no depende en nada de los modos de la acción material, el ser puro, experto en todo, libre de toda ansiedad, libre del sufrimiento, y que no busca el fruto de sus actos, aquel, Mi devoto, Me es muy querido».