Logos 68
Todo ser espiritual encarnado en un cuerpo humano o animal se cree libre de disponer de sí mismo, mientras que en verdad nadie escapa a las leyes del Señor Supremo, leyes que son severas y siempre inviolables.
Puede ocurrir que los delincuentes, con astucia, burlen la legislación de los hombres, pero nunca impunemente los códigos del Supremo Legislador, Dios. Cualquiera que se aventure a desviarse lo más mínimo del camino trazado por Dios se expone a graves dificultades. En general, las leyes del Ser Supremo se llaman preceptos religiosos, cuyo principio esencial invariable es que en todas las circunstancias el hombre debe obedecer la voluntad del Señor Soberano. Nadie escapa a las severas leyes de Dios. Las leyes de un Estado son sólo imitaciones imperfectas de los preceptos religiosos. El Estado permite a sus ciudadanos infringir las leyes divinas, pero les obliga estrictamente a obedecer las suyas. Pero el pueblo sufre más si descuida las leyes de Dios y observa sólo las leyes humanas. Las leyes humanas deben ser siempre modificadas, revisadas, pero no las leyes de Dios, ya que provienen del ser que posee la perfección suprema.
Todo el mundo es, por su propia naturaleza, un eterno servidor del Señor Supremo. Así, en el estado liberado, puede servir al Señor con un sentimiento de amor puramente espiritual, y disfrutar así de una existencia de perfecta libertad.
Logos 69
El origen de todos los sufrimientos del alma encarnada es, en efecto, el cuerpo de materia que la recubre, sujeto al nacimiento y a la muerte, a la enfermedad y a la vejez.
Fuera de este cuerpo material, el ser espiritual encarnado es eterno, inmortal y no nace. Esta es la realidad de la vida que el necio olvida, cuyos problemas y soluciones ignora. Se enfrasca en los precarios intereses familiares y nacionales, sin percibir el sigiloso deslizamiento del tiempo eterno que le acerca cada vez más al final de una existencia, y no ve solución al grave problema de esta muerte, y de los repetidos renacimientos, la enfermedad y el envejecimiento. Esto es lo que se llama ilusión. Sin embargo, esta ilusión no tiene ningún asidero en el alma despertada por la devoción al servicio del Señor. Debido a que es eterno, el ser individual Dios-distinto en encarnación encuentra la felicidad sólo en el reino eterno del Señor Supremo, del cual nadie regresa a este mundo de nacimiento, enfermedad, envejecimiento y muerte.
Por eso, cualquier comodidad o placer material, que no ofrece ninguna garantía de eternidad, sólo puede ser ilusorio para el alma inmortal. Merece ser llamado un erudito que capta la profundidad de esta verdad. Sabrá sacrificar todos los placeres de este mundo para alcanzar la única meta deseable, la felicidad absoluta, que sólo puede encontrarse en el reino de Dios.