Logos 43
La verdadera vida sólo comienza al final de la existencia material de cada ser vivo.
Quien desarrolla la conciencia de Dios ya está en el reino de Dios. El que se dedica al servicio amoroso y devocional al Señor se libera de las garras de la materia.
La persona consciente de Dios sabe que una nueva vida comienza después de la muerte del cuerpo. Si antes de la muerte se obtiene la gracia de tomar conciencia de Dios, se alcanza inmediatamente el nivel de lo absoluto, del conocimiento del Señor y del conocimiento completo. El que se establece allí, incluso en el momento de la muerte, sale de la confusión y se le abre el reino de Dios.
Aquellos que verdaderamente conocen a Dios y la relación a través de la cual están unidos con el Señor Supremo, rechazan el materialismo y odian el universo material. Sólo se sienten atraídos por Dios y sólo buscan su compañía. No olvidemos que somos entidades espirituales, almas espirituales, y no el cuerpo material. Los que son conscientes de esta verdad salen de la oscuridad y renuevan su vínculo con Dios.
Logos 44
Dios dice: «Ningún arma puede partir el alma, ni el fuego quemarla. El agua no puede mojarla, ni el viento secarla. El alma es indivisible e insoluble. El fuego no lo alcanza, no se puede secar. Es inmortal y eterno, omnipresente, inmutable y fijo. Se dice del alma que es invisible, inconcebible e inmutable. Sabiendo esto, no debes lamentarte por el cuerpo. E incluso si crees que el alma no tiene fin por el nacimiento y la muerte, no tienes razón para afligirte. La muerte es segura para el que nace, y el nacimiento es seguro para el que muere. Todas las cosas creadas son originalmente inmanifestadas. Se manifiestan en su estado transitorio, y una vez disueltos, son inmanifestados. ¿De qué sirve estar triste por esto?»
Algunos ven el alma, y es una maravilla para ellos. Otros hablan de ello y otros se enteran. Sin embargo, hay algunos que, incluso después de oír hablar de ello, no pueden concebirlo. El que está sentado en el cuerpo es eterno, no puede ser asesinado. Por lo tanto, no tienes motivos para llorar a nadie.