Logos 49
Aquel que no ha abandonado del todo la vida material debe necesariamente revisar las acciones pecaminosas de su existencia, y la muerte lo atrapa con su mente llena de estos pensamientos, se verá obligado a tomar un cuerpo de nuevo en este mundo.
La mente lleva consigo las tendencias del ser moribundo, de modo que el estado de la mente en el momento mismo de la muerte determina las condiciones en las que se renacerá. A diferencia del animal, cuyas facultades mentales no son muy amplias, un hombre a punto de morir recuerda, como en un sueño, todo lo que ha hecho durante su vida. Estos recuerdos despiertan en él innumerables deseos materiales que le impiden volver a su forma espiritual original y, por tanto, a su primera morada, el mundo espiritual.
El siervo de Dios, a través de la práctica del servicio amoroso y devocional al Señor Supremo, desarrolla su amor por Dios a lo largo de su vida, de modo que aunque olvide sus actividades espirituales en el momento de la muerte, el Señor las recuerda. El progreso espiritual del ser virtuoso nunca es en vano, aunque renazca en el mundo material. El Señor nunca olvida el servicio que le ofrecen sus devotos.
Logos 50
El Señor dice: «Aquel que cumple con su deber según Mis instrucciones y sigue esta enseñanza con fe, sin envidia, se libera de las cadenas del karma. Pero aquellos que, por ser envidiosos, descuidan aplicar siempre Mis enseñanzas, son, sabedlo, ilusos, privados de conocimiento, condenados a la ignorancia y a la servidumbre. Incluso el hombre sabio actúa según su propia naturaleza, pues así es con todos los seres. ¿Qué sentido tiene reprimir esta naturaleza?»
Aunque sientan atracción y repulsión por los objetos de los sentidos, los seres encarnados no deben dejarse dominar por los sentidos ni por sus objetos, pues éstos son un obstáculo para la realización espiritual.
Es mejor cumplir con el propio deber, aunque sea de forma imperfecta, que asumir el deber de otro, aunque sea para cumplirlo perfectamente. Es mejor fracasar o morir en el cumplimiento del propio deber que en el de otro, que es algo muy peligroso.