El Señor Supremo dice: « La mente puede ser amiga del alma condicionada, así como puede ser su enemiga. El hombre debe utilizarlo para elevarse, no para degradarse ».
La concupiscencia está en el origen de la perpetuación de la reencarnación. Empuja al alma encarnada a sufrir incansablemente el ciclo de muertes y renacimientos repetitivos, activado por el placer de los sentidos que debe ser preservado.
Es el acto sexual el que está en el origen de la perpetuación de la existencia condicionada en este mundo material.
El mundo espiritual, que representa las tres cuartas partes de la energía del Señor, se extiende más allá del universo material. Está especialmente destinado a aquellos que nunca deben renacer de nuevo, ni regresar al universo material.
Sin embargo, aquellos que permanecen apegados a la vida familiar y que no observan estrictamente los votos de celibato, deben permanecer en el universo material.
El mayor beneficio que puede conferirse a los seres humanos consiste en educarlos para que se desprendan de la vida sexual, pues sólo ésta perpetúa, vida tras vida, la existencia condicionada en la materia, manteniendo al alma prisionera en un cuerpo material.
Una civilización que no preconiza ninguna restricción sexual debe considerarse degradada, porque crea un clima en el que al alma le será imposible escapar de la prisión que representa el cuerpo material. El nacimiento, la vejez, la enfermedad y la muerte forman parte del cuerpo material y son contrarios a la naturaleza misma del alma espiritual. Pero mientras se alimente la atracción por el placer de los sentidos, el alma distinta se ve obligada a perpetuar el ciclo de sucesivas muertes y renacimientos o reencarnaciones en nombre del cuerpo material: una mera prenda sujeta a las leyes del desgaste.
¿Qué es lo que, aun en contra de su voluntad, impulsa al hombre a pecar, como si estuviera obligado a ello?
En contacto con la materia, el alma se entrega sin vacilar a toda clase de actividades pecaminosas, a menudo contra su voluntad. Se ve obligada a cometer faltas sin haberlo deseado.
El Señor lo explica con estas palabras: « Es la concupiscencia sola. Nacida en contacto con la pasión, luego transformada en ira, es el enemigo devastador del mundo y la fuente del pecado ».
La concupiscencia es, pues, el mayor enemigo del ser espiritual encarnado. Mantiene el alma pura aprisionada en la materia.