La forma más elevada del saber perfecto y absoluto consiste en conocer al Padre Eterno tal y como es, y en comprender que él es la verdad absoluta. El segundo grado de este saber consiste en comprender que todos los seres vivos son hermanos y hermanas, y que deben amarse los unos a los otros.
Como enseña el Padre Eterno, los que consiguen ver a todos los seres vivos de la misma forma, no sienten odio ni atracción por nadie. Aman a todos los seres vivos sin excepción y con el mismo amor.
No aspiran a tener más que lo necesario y dejan a cada uno la parte que le corresponde. Detestan las injusticias, las desigualdades, las discriminaciones y proponen el reparto equitativo.
Pobres de aquellos que desarrollan el odio, el racismo y que rechazan a los demás porque sufrirán las consecuencias de sus actos y ya tendrán que sufrir en esta vida, pero sobre todo en la siguiente.
Dios es el más grande de todos los seres vivos. Él asegura su mantenimiento y les procura hasta la más insignificante de sus necesidades. Cualquiera que conozca esta verdad absoluta poseerá el saber perfecto. Todos tenemos cualitativamente la misma naturaleza que Nuestro Padre Celestial.
El Señor Supremo ha creado un potente vínculo, el del amor y el afecto, tan potente que nadie lo puede romper. El vínculo de afecto que nos une al Padre Eterno y a los otros seres nunca se romperá. Así es en el reino de Dios y en el mundo espiritual.
Solo los seres conscientes del Padre Eterno están cualificados para volver a su morada original, el reino de Dios.
El verdadero progreso espiritual se mide en saber y renuncia.
Como es natural, el servicio de amor y devoción ofrecido a Dios supone el desarrollo del saber y la renuncia perfectos. Tener la mente constantemente fija en el Padre Eterno permite liberarse de los actos materiales y sus consecuencias. Esa es la señal del saber perfecto.
Los que desarrollan el amor y el afecto por Dios acceden al nivel espiritual donde se puede vivir en su divina compañía. Todo ser que siente por el Señor Supremo tal afecto devocional, puro y total, vuelve al final de su actual existencia a su morada original, el reino de Dios.
La afección y el servicio de amor y devoción puro que se le ofrece al Padre Eterno supone la liberación suprema.
Desde nuestro nacimiento, contraemos una deuda con los ángeles, los grandes sabios, los seres vivos, los padres, los amigos, la humanidad y los antepasados. Aquel que no pague ninguna de sus deudas no será liberado, sobre todo si no renuncia a este mundo material.