La Ciencia Espiritual Pura
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Aunque el alma está presente en cada cuerpo material, no es realmente la persona más importante que actúa a través de los sentidos, la mente, etc. El alma individual sólo puede actuar en colaboración con el Alma Suprema, ya que es esta última la que le da instrucciones para actuar o no. El alma individual sólo puede actuar en colaboración con el Alma Suprema, pues es ésta quien le da instrucciones para actuar o no actuar. Nadie puede actuar sin la aprobación del Alma Suprema, pues ella es la testigo de los actos y es el Alma Suprema la que consiente o no su realización. Quien estudia cuidadosamente, bajo la guía de un genuino maestro espiritual, puede captar el conocimiento verdadero de que Dios, la Persona Suprema, es de hecho quien dirige todas las actividades del alma individual, así como quien ordena sus consecuencias. Aunque el alma individual está en posesión de los sentidos, no es realmente dueña de ellos; en realidad pertenecen al Alma Suprema. El Alma Suprema aconseja al alma individual que se entregue a ella y así encuentre la felicidad.

Al hacerlo, puede convertirse en inmortal y unirse al mundo espiritual, donde experimentará el mayor éxito en forma de una existencia eterna, llena de conocimiento y dicha. En conclusión, el alma individual es diferente del cuerpo, de los sentidos, de la fuerza vital y de los aires que circulan dentro del cuerpo; además, por encima de ella está el Alma Suprema, que proporciona todas las facilidades. Ahora, el alma individual que rinde todo al Alma Suprema, el Espíritu Santo, vive muy felizmente dentro del cuerpo.

Es Dios quien reúne o dispersa a los seres.

Todos los seres vivos y sus dirigentes, para estar cubiertos por su protección, adoran a Dios. Es de nuevo Él, y sólo Él, quien reúne a los seres y los dispersa, los reúne o los separa.

Toda nuestra existencia, hasta el más mínimo detalle, está regida por la Voluntad Suprema, según nuestros propios actos pasados. El Señor Supremo está de hecho presente en el corazón de cada ser vivo, humano, animal y vegetal, como el Alma Suprema. El Señor, que está dentro de nosotros, conoce los detalles de nuestra actividad en cada momento de nuestra existencia. Es Él quien nos concede los frutos de nuestras acciones, Él quien nos coloca en tal o cual situación. Es Él, por ejemplo, quien, según sus respectivos méritos, hace nacer a un hombre rico y a otro pobre; Él quien, a su debido tiempo, y por su suprema voluntad, arrancará a ambos de su entorno, aunque ninguno de ellos desee separarse de los suyos, ni ellos de Él, ni ver rotos los dulces lazos en los que han vivido.

Rico o pobre, nadie tiene el más mínimo poder para decidir si se reúne o se separa con otros seres. El Señor es supremo en su voluntad, y ninguna ley lo constriñe. Así, la ley del karma hace que, por lo general, suframos todas las consecuencias del menor de nuestros actos; pero es posible, en ciertos casos, que se modifiquen sus efectos. Tal mutación de las leyes del karma sólo puede ser efectuada por la voluntad del Señor, y de ningún otro, ya que Él tiene libertad absoluta y por lo tanto puede actuar como le plazca. Todos estamos dominados por voluntades superiores, que actúan

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