Logos 262
Es la presencia del alma la que provoca el crecimiento y las diversas transformaciones del cuerpo. Tras la aniquilación del cuerpo, el alma no se destruye, sino que sigue viviendo. El alma no conoce ni el nacimiento ni la muerte. Está vivo y nunca dejará de estarlo. No nacido, inmortal, original, eterno, nunca tuvo un principio y nunca tendrá un final. No muere con el cuerpo.
La muerte es sólo la destrucción del cuerpo material y burdo. Todos sabemos por experiencia que cuando soñamos por la noche, salimos de nuestra habitación llevados por el cuerpo etéreo formado por la mente, la inteligencia y el falso ego. Aunque nuestro cuerpo material «bruto» permanece tumbado en la cama. Así, el ego, el alma, pasa constantemente del cuerpo material al cuerpo etéreo. Soñamos con el cuerpo etéreo, y cuando salimos del estado de sueño, volvemos al cuerpo material. Y es este paso del alma llevada por el cuerpo etéreo de un cuerpo material a otro lo que se llama muerte.
El cuerpo etéreo, compuesto por la mente, la inteligencia y el ego material, nos lleva de un cuerpo a otro, según nuestros pensamientos en el momento de la muerte. El alma debe entonces tomar un nuevo cuerpo material correspondiente a estos pensamientos y deseos.
Logos 263
Los que fracasan en su intento de acercarse a Dios, es decir, los que no logran plenamente la conciencia de Dios, renacerán en una familia de alto estatus, material o espiritual.
Si este es el caso de los desafortunados candidatos que fracasan, ¿qué se puede decir de los que realmente alcanzan el éxito deseado?
Así, cualquier esfuerzo, aunque sea incompleto, para volver a Dios, nos asegura renacer en condiciones favorables. Tanto las familias espiritistas como las familias ricas son propicias para la elevación espiritual, pues en estas condiciones se tendrá más facilidad para reanudar la progresión donde se interrumpió en la vida anterior. De hecho, para aquellos que se dedican a la realización espiritual, la atmósfera dentro de tales familias favorece el desarrollo del conocimiento espiritual.
La ciencia de Dios recuerda a los hombres de buena cuna que su feliz fortuna es el fruto de sus pasadas actividades devocionales. Desgraciadamente, extraviados por maya, la ilusión, estos seres privilegiados no muestran ningún interés por la enseñanza de Dios.