Logos 257
El Supremo Eterno dice: «El espiritualista perfecto ve, a través de su propia experiencia, la igualdad de todos los seres, felices o infelices.»
El ser consciente de Dios es el espiritualista perfecto (o alma realizada). Porque él mismo las ha experimentado, entiende las alegrías y las penas de todos. Sabe que el dolor surge del olvido del vínculo entre el ser y Dios, y la felicidad del conocimiento del Señor; sabe que el Señor es el único dueño del fruto de las acciones del hombre, el único dueño de los países y los planetas. Sabe que el ser condicionado por las tres gunas (virtud, pasión e ignorancia) debe, por haber olvidado el vínculo que lo une a Dios, sufrir los sufrimientos materiales de tres fuentes.
El ser santo, porque posee la mayor felicidad, se esfuerza por compartir la conciencia de Dios con todos, para dejar claro lo importante que es llegar a ser consciente de Dios. De este modo, el espiritista consumado es el amigo más sincero, el mayor benefactor de la humanidad y el más querido servidor del Señor. El santo es el espiritualista más perfecto, porque no busca la perfección sólo para sí mismo, sino también para todos los seres. Nunca tiene celos de los demás. Estos rasgos del devoto puro del Señor lo hacen más perfecto que el meditador solitario, preocupado sólo por su propia elevación.
Logos 258
El Supremo Eterno dice: «Aquel que Me ve en todas partes y ve todo en Mí, nunca se separa de Mí, ni Yo Me separo de él.»
El sabio ve a Dios en todo, y ve todo en Dios. Desde el exterior parece ver las diversas manifestaciones materiales como energías separadas, pero en verdad es consciente de Dios, y sabe que todo en el universo material no es otra cosa que Su energía, el principio fundamental del servicio devocional, de la conciencia de Dios. Nada puede existir sin Dios, porque Él es el Señor Supremo. Sobre esta base se desarrolla el amor a Dios, que conduce y supera tanto la conciencia del ser espiritual como la liberación. Al estar inundado de este amor absoluto, el sabio experimenta la plenitud de «hacerse uno» con Dios, en el sentido de que el Señor se ha convertido en todo para él. Una vez que se establece esta relación íntima entre el Señor y su devoto, este último experimenta la inmortalidad. Dios, la Persona Suprema, nunca abandona la visión del sabio; pero éste tampoco se arriesga a identificarse con Él, lo que sería un verdadero suicidio espiritual.
La ciencia de Dios enseña a este respecto: «Yo adoro al Señor original. Es Él a quien los sabios puros ven en sus corazones, cuyos ojos están untados con el bálsamo del amor y la devoción».
Amado con este amor puro, Dios nunca se esconde de su devoto, ni éste deja de verlo. Lo mismo ocurre con el espiritista cuya visión interior está apegada a la forma del Alma Suprema. Se convierte en un puro siervo de Dios, y entonces no puede soportar vivir un solo momento sin ver a Dios en su corazón.