Logos 170
El alma encarnada y condicionada por la materia piensa «yo soy este cuerpo», pero el alma liberada dice «yo no soy este cuerpo, porque soy un alma espiritual». Este «yo soy» representa el ego, o la identidad del ser.
Pensar «yo soy este cuerpo» o «todo lo relacionado con el cuerpo es mío» es el ego falso, la identificación con el propio cuerpo, pero cuando uno ha realizado su identidad espiritual y dice «soy un servidor eterno del Señor Supremo», esta identificación del yo es el verdadero ego. La primera concepción está bañada en la oscuridad de las tres gunas, los modos de influencia de la naturaleza material, la virtud, la pasión y la ignorancia, mientras que la otra está en el nivel de la virtud pura. Cuando decimos que renunciamos a nuestro ego, significa que renunciamos al falso ego; el verdadero ego permanece siempre presente.
Cuando la imagen del ser se refleja a través de la contaminación material del cuerpo y la mente debido a la identificación errónea del alma, se dice que el ser está condicionado; pero cuando aparece en toda su pureza, se dice que está liberado. La identificación del ser en el estado condicionado con sus posesiones materiales debe ser purificada; debe redescubrir su identidad en relación con el Señor Supremo. En el estado condicionado, el ser ve todo como un objeto de autogratificación, mientras que en el estado liberado, ve todo en relación con el servicio del Señor Supremo. Así, la conciencia de Dios, el servicio devocional, corresponde al verdadero estado liberado. Por el contrario, la aceptación o el rechazo de cualquier cosa en el plano material, en el contexto del nihilismo o del impersonalismo, coloca al alma pura en una situación imperfecta.
Aquel que dedica toda su energía vital, su riqueza, su inteligencia y su palabra al Señor, o desea hacerlo, debe ser considerado un alma liberada, sea cual sea su condición, pues ese hombre ha captado las cosas en su verdad.