Logos 167
El Señor dice: «Así, adorándome a Mí, el omnipresente Señor del universo, mediante un inquebrantable servicio devocional, el ser santo renuncia a todo deseo de alcanzar los planetas edénicos o de ser feliz en este mundo, con riqueza, hijos, ganado, casa o cualquier otro objeto relacionado con el cuerpo. Lo llevo más allá del nacimiento y la muerte.»
Dios aconseja a quien desee trascender el nacimiento y la muerte que no tenga posesiones materiales. Esto significa que uno no debe buscar ser feliz en este mundo o ser promovido a un planeta edénico, ni debe aspirar a la riqueza material, a una descendencia feliz, a mansiones agradables o a la posesión de un gran rebaño. Todo lo que el hombre santo obtiene por la gracia de Dios, se contenta con ello. No tiene el menor interés en mejorar su condición social.
Se absorbe a sí mismo en el servicio del Señor, y por lo demás, se limita a lo estrictamente necesario. No le importa lo que le ocurra en esta vida o en la siguiente. Sin que él lo sepa, el Señor se encarga de llevarlo a su reino absoluto en cuanto deja su cuerpo. Tras abandonar el cuerpo, no tiene que renacer en el vientre de otra madre. En efecto, el ser ordinario se introduce después de la muerte en el vientre de otra madre para tomar un nuevo cuerpo, y esto, según su karma, sus actos pasados. Pero el ser santo es inmediatamente devuelto al mundo espiritual para vivir en compañía del Señor. Esta es la misericordia especial del Señor.
Porque es todopoderoso, el Señor es libre de hacer lo que quiera. Él puede perdonar cualquier maldad y hacer que una persona entre en su reino eterno al instante. Tal es el inconcebible poder de Dios, la Persona Suprema, que siempre es favorable a Sus devotos puros.