Las cualidades correctas, la actitud correcta, el comportamiento idéal
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Es el que lleva a amar a todos los seres vivos, a todos los seres celestiales que habitan en planetas paradisíacos, a todos los seres humanos sin excepción, a todos los animales terrestres y acuáticos, ya todas las plantas en su diversidad, con un mismo amor.

Es aquella que considera sólo al alma espiritual, y que lleva a ver en cada cuerpo de materia sólo a ésta viviendo junto al Alma Suprema situada en su corazón.

El ojo imperfecto no puede ver las cosas como son, en su verdadera perspectiva. La verdad sólo puede percibirse si se recibe de una fuente superior, y la verdad más elevada que existe es el conocimiento espiritual emitido por Krishna, Dios, el Señor Supremo mismo.

Sólo el hombre que ya ha alcanzado la liberación espiritual puede convertirse en un ser virtuoso y ver a todos los seres vivos como sus propios hermanos. El ser santo, por su parte, ve a cada ser como un alma espiritual y nada más, y cuando sirve a su prójimo, es a esta alma a la que se dirige, satisfaciendo así las necesidades materiales y espirituales de sus hermanos y hermanas.

Por eso protege y vela por el bien de todas las almas, por el conocimiento de la verdad que difunde, cualquiera que sea el cuerpo de materia en que residen.

En verdad, el estado mental en el momento de la muerte determina las condiciones en las que renaceremos.

La persona virtuosa que ha alcanzado el estado de santidad pide al Señor que le permita amablemente entrar en su reino eterno y absoluto, una vez que ha renunciado a su aliento vital y abandonado su cuerpo material.

Antes de que su cuerpo se reduzca a cenizas, pide al Señor que recuerde las acciones virtuosas y los sacrificios que ha realizado a lo largo de su vida. Recita esta oración en el mismo momento de la muerte, plenamente consciente de sus actos pasados y del objetivo que debe alcanzar.

En ese momento, cualquiera que no haya abandonado por completo la vida material debe necesariamente repasar las acciones pecaminosas que ha cometido a lo largo de su existencia, y si la muerte le sorprende con la mente llena de estos pensamientos, se verá obligado a reencarnarse y aceptar un nuevo cuerpo en este mundo.

El Señor enseña que la mente lleva consigo las tendencias del ser que va a morir, de modo que el estado mental que le animaba en el momento mismo de la muerte determina las condiciones en que renacerá.

El Señor dice al efecto: «Son los pensamientos, deseos y recuerdos del ser en el momento de dejar el cuerpo, los que determinan su condición futura».

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