nuestros sueños, pero al despertarnos nos desligamos de ellas y seguimos el curso de nuestra existencia en el plano de lo real. Según el mismo orden de ideas, un ser liberado – que haya entendido perfectamente que no es el cuerpo sino un alma espiritual – no tiene en cuenta sus actos pasados, realizados en la ignorancia y regula sus actividades siguientes de manera que no supongan ninguna reacción para él. Si el ser actúa para satisfacer a la Persona Suprema, sus actividades no tendrán ninguna consecuencia material, mientras que los que actúan para sí mismos, se ven encadenados como consecuencia de sus actos. Tampoco un alma liberada medita sobre los actos que, en su ignorancia, ha podido realizar en el pasado; actúa más bien para no prepararse otro cuerpo, fruto de actos interesados.
«El que se absorbe por entero al servicio de devoción sin fallar nunca supera inmediatamente los tres atributos de la naturaleza material y llega así al nivel espiritual». Independientemente de lo que hayamos hecho en nuestra vida pasada, si a lo largo de esta existencia nos empleamos en servir puramente al Señor, estaremos siempre en el nivel de la devoción, es decir, liberados, apartados de todas las reacciones (karma), de forma que ya no tendremos que reencarnarnos en un nuevo cuerpo material. Después de haber abandonado su cuerpo, el que ha actuado de esta forma ya no tiene un cuerpo material, en su lugar, regresa a Dios, en su morada original.
Así, el Señor, los seres, la naturaleza material y el tiempo son todos eternos y están íntimamente ligados. Solo el karma, cuyos efectos pueden proceder de acciones muy antiguas, no es eterno. El alma condicionada ha olvidado su naturaleza principal y debido a este olvido, todo lo que emprende lo lleva a enredarse más en las trampas del karma. Ignorando la voz liberadora, se tiene que reencarnar, cambiar de «vestimenta», de cuerpo, vida tras vida, para sufrir las consecuencias de todos sus actos. Así, desde tiempos inmemoriales, disfrutamos y sufrimos las consecuencias de nuestros actos. Y, sin embargo, hay una forma de romper las cadenas del karma: basta con situarse bajo la égida de la virtud y adquirir el conocimiento perfecto, empezando por reconocer la supremacía del Señor, presente como Alma Suprema, como «maestro», en el corazón de cada ser y dispuesto a guiarlo para cumplir sus deseos. El karma, pues, no es eterno.
La serenidad
Inicialmente, la meditación está orientada a controlar la mente porque en circunstancias normales somos esclavos de sus más insignificantes deseos, apetitos, caprichos o pensamientos. En cuanto tenemos una idea, tratamos de hacerla realidad enseguida. Pero la Bhagavad-gita (6.6) nos dice que los adeptos a la meditación deben aprender a controlar su mente: «En cuanto la controla, la mente es la mejor amiga, pero se convierte en la peor enemiga de quien fracasa en el intento».
La mente materialista trata de gozar la vida utilizando los sentidos para disfrutar de los placeres y las relaciones materiales. Está llena de proyectos innumerables vinculados con la satisfacción sensorial y, debido a su naturaleza inestable, va