La ciencia de Dios, o ciencia de la salvación
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Te daré una pequeña idea de la protección que Dios proporciona a sus devotos.

La naturaleza material actúa bajo las órdenes de Dios, y cuando se producen plagas que deben caer en una determinada región (huracán, viento violento, lluvia torrencial, inundación, sequía, frío intenso, terremoto, incendio…), es siempre por razones kármicas, que deben afectar a las personas que allí se encuentran, para que, a través del sufrimiento padecido, borren los malos actos cometidos en sus vidas anteriores, y reduzcan sus pecados acumulados.

Dios, la Persona omnisciente de cada uno de nosotros, envía en el momento oportuno a Sus ayudantes celestiales, a los que ha dotado de poderes especiales, como el de hacer surgir, formar y controlar los elementos de la naturaleza material. Ellos obedecen las órdenes de Dios y hacen exactamente lo que el Señor Supremo les pide.

¿Te has dado cuenta de que cuando aparece un huracán, cuando se forma, se expande y sigue una trayectoria determinada, devasta y destruye todo a su paso, y a veces de una manera inexplicable, evitará una o dos casas que estaban allí, en su camino. Si estas dos casas no fueron destruidas, es simplemente porque albergaban a devotos del Señor Supremo. En este caso, el Señor Krishna pidió a los seres celestiales que protegieran estas dos casas, y que no se hiciera ningún daño a sus ocupantes.

Cualquiera que sea la naturaleza de la plaga natural, que ha de caer en cualquier parte, los devotos de Dios tienen asegurada la protección del Señor, y la de Sus asistentes celestiales.

Cada uno de nosotros es, en verdad, un alma espiritual o una entidad espiritual, que reside en un cuerpo de materia densa.

La verdadera evolución espiritual no reside en el cuerpo carnal, sino en la conciencia, el alma espiritual. Es el interés del alma lo que debe buscarse, no el del cuerpo material. Las necesidades del alma son de primordial importancia, y el único propósito de la existencia es conocer a Dios como realmente es, e ir hacia Él en Su reino eterno y absoluto.

Todos aquellos que rechazan a Dios, que tienen una concepción corpórea de la existencia, que dan una importancia indebida al materialismo y a los placeres de los sentidos, deben pasar repetidamente por el ciclo del renacimiento y la muerte o reencarnación. Como ignoran a Dios y la verdad existencial, actúan a ciegas, vagan sin rumbo y, por tanto, se condenan a sufrir repetidamente, vida tras vida. En estas condiciones no puede haber paz ni prosperidad en la Tierra, sino sólo violencia y guerra.

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