La verdad es que todos los pensamientos, las palabras y las acciones producen efectos, que conducen a consecuencias buenas y/o malas, que a su vez provocarán consecuencias en forma de bien o de sufrimiento, sentidas ya al final de la vida presente, pero ciertamente a lo largo de la próxima vida.
Cuanto más maldad mostremos, cuanto más odio, racismo, indiferencia y frialdad de corazón expresemos hacia los que son diferentes a nosotros en pensamiento, palabra y obra, más aumentará la masa de nuestras malas acciones debido al oscurecimiento de nuestra mente, y más nos harán sufrir en nuestra vida presente, pero sobre todo en nuestra vida futura.
Por eso la gente dice a veces: «¿Por qué esta repetición de la desgracia, o qué le he hecho a Dios para sufrir tanto?
En realidad, nosotros mismos somos responsables de las enfermedades, desgracias y sufrimientos que padecemos.»
Son nuestros deseos, nuestros anhelos, nuestros actos interesados en nuestro propio beneficio, los que son la causa de las consecuencias buenas o malas, de lo que deseamos sólo para nosotros.
El karma, la ley de la acción-reacción, la ley de la causa y el efecto o la ley de la naturaleza, según la cual toda acción material, ya sea buena o mala, conlleva necesariamente consecuencias, que tienen el efecto de encadenar al autor cada vez más a la existencia material y al ciclo de muertes y renacimientos.
Para acabar con esto y vivir una vida feliz, basta con amar a Dios, obedecerle, servirle con amor y devoción y amar a todos los seres vivos, humanos, animales y vegetales sin excepción.
Sólo Dios controla todo para nosotros. Todos estamos bajo su tutela. Incluso el cuerpo material en el que el alma se ha reencarnado no le pertenece, ya que es propiedad del Señor Krishna. Venimos a este mundo sin nada, y es con las manos vacías que lo dejaremos cuando llegue el momento. Todo pertenece a Dios.
En realidad, la causa de todas las enfermedades es espiritual. Y la causa principal es el olvido de nuestra relación de amor con Krishna, Dios, la Persona Suprema.
El alma que pierde el contacto con Dios, olvida su propia identidad espiritual y se involucra en innumerables actividades materiales que la enredan en una red de karma. Este karma provoca sufrimiento, y en lugar de dirigirse a Dios para aliviar su dolor, el ser espiritual encarnado busca soluciones materiales que, desgraciadamente, conducen a más reacciones kármicas y, por tanto, a más sufrimiento.
En el curso de innumerables existencias, los seres espirituales encarnados han acumulado, a través de sus pensamientos, palabras y acciones, una gran masa de
prejuicios, actos culpables o pecados que les obligan, y hoy sufren las desgracias y sufrimientos resultantes. Por lo tanto, es a través del dolor o sufrimiento sufrido y sentido, que disminuimos y borramos nuestras faltas.