Con respecto a la naturaleza divina, el Señor dice: «La ausencia de miedo, la purificación de la existencia, el desarrollo del conocimiento espiritual, la caridad, el autocontrol, la realización de sacrificios, el estudio de los Vedas, la austeridad y la sencillez, la no violencia, la veracidad, la ausencia de ira, la renuncia, la serenidad, la aversión a la crítica, la compasión, la ausencia de codicia, la mansedumbre, la modestia y la firme determinación, el vigor, el perdón, la fortaleza, la pureza, la ausencia de envidia y de deseo de honores, son las cualidades espirituales de los hombres de virtud, de los hombres nacidos de la naturaleza divina.»
Respecto a la naturaleza demoníaca, el Señor dice: «La arrogancia, el orgullo, la ira, la dureza, la ignorancia, son los rasgos sobresalientes de los hombres nacidos de la naturaleza demoníaca.»
Los seres demoníacos no saben qué hacer o no hacer. En ellos no hay pureza, ni conducta correcta, ni veracidad. Afirman que este mundo es irreal y sin fundamento, que ningún Dios lo gobierna, que es el resultado del deseo sexual y que no tiene otra causa que la concupiscencia.
Basándose en tales conclusiones, los seres demoníacos descarriados se dedican a obras dañinas e infames que pretenden destruir el mundo. Los seres demoníacos que se refugian en el engreimiento, el orgullo y la concupiscencia insaciable, son presa de la ilusión. Fascinados por lo efímero, dedican su vida a actos insanos.
Disfrutar de los sentidos hasta el último momento (la muerte) es, según ellos, el mayor imperativo para el hombre. Así que su angustia no tiene fin. Encadenados por cientos y miles de deseos, por la concupiscencia y la ira, acumulan riquezas de forma ilícita, para satisfacer el apetito de sus sentidos.
Tal es el pensamiento del hombre endemoniado: «Tanta riqueza es mía hoy, y por mis planes vendrá más. Poseo mucho hoy, y mañana más y más. Este hombre era de mis enemigos, y lo maté. En su turno mataré a los otros. De todo soy dueño y señor, de todo el beneficiario. Soy perfecto, soy poderoso, soy feliz, soy el más rico y estoy rodeado de altas conexiones. Nadie alcanza mi poder y felicidad. Haré sacrificios, haré caridad, y así me alegraré.»
Así es como la ignorancia le engaña.
El Señor continúa.
«Confundido por múltiples angustias y atrapado en una red de ilusiones, el endemoniado se apega demasiado a los placeres de los sentidos y se hunde en el infierno. Engreído, siempre arrogante, extraviado por la riqueza y la fatuidad, a veces realiza sacrificios, pero fuera de todo principio y regla, éstos sólo pueden ser de nombre.»
Habiendo buscado refugio en el falso ego [identificándose con su cuerpo y buscando dominar la materia], en el poder, en el orgullo, en la concupiscencia y en la ira, el endemoniado blasfema la verdadera religión y me envidia a Mí, el Señor Supremo, que reside en su propio cuerpo, así como en el de los demás.