Logos 387
El alma espiritual, por haberse encarnado en un cuerpo material, ya sea humano, animal o vegetal, está condicionada por la materia y por maya, la energía de la ilusión del Señor. El condicionamiento del alma se remonta a tiempos inmemoriales.
El alma condicionada, debido a su prolongado contacto con la materia y a sus sucesivas existencias en este mundo, ha desarrollado una tendencia instintiva a querer dominar la energía material. Así, cuando obtiene una forma humana, no es en absoluto consciente de la responsabilidad que le corresponde. La forma humana es, de hecho, una oportunidad para ella de escapar de las garras de la materia ilusoria, y las Palabras y Enseñanzas de Dios están particularmente destinadas a guiarla hacia el Señor Supremo en Su morada original. La reencarnación en un ciclo interminable a través de las diversas especies vivientes, 8.400.000 en total, corresponde al encarcelamiento del alma caída separada. La forma humana le ofrece la oportunidad de escapar de este encierro.
Por lo tanto, la única preocupación del hombre debe ser restaurar su relación perdida con Dios. Desde esta perspectiva, nunca se debe animar a nadie a actuar para satisfacer los sentidos con el pretexto de realizar alguna actividad religiosa. Semejante desvío de la energía humana sólo consigue que la sociedad se extravíe. Comprendamos que las diversas formas de placeres materiales sólo pueden obstaculizar seriamente el progreso espiritual de los hombres, pues se negarán a abandonar las acciones materiales, que los mantienen atrapados en la materia.
La perfección de la existencia no puede alcanzarse mediante el trabajo excesivo, la acumulación de riquezas o la multiplicación de la descendencia, sino sólo renunciando a los placeres materiales, a los placeres de los sentidos y al materialismo en todas sus formas. La primera necesidad del hombre es darse cuenta de la relación eterna que le une al Señor, para entregarse a Él sin más dilación.