Logos 383
Más allá del concepto material de la forma de los seres vivos, existe otro concepto sutil. El concepto de una forma indefinida, invisible, inaudible e inmanifestada.
Pero es más allá de este estado sutil donde se encuentra la forma real de los seres, de lo contrario, ¿cómo podrían nacer y renacer, una y otra vez?
Así como algunos equiparan la gigantesca manifestación material con el cuerpo del Señor, otros le atribuyen una forma sutil y etérea, que existe fuera del oído, de la vista o de cualquier otra forma de manifestación, y que es perceptible, según ellos, sólo a través de la realización interior. Pero estos conceptos sólo se aplican a las formas densas y etéreas de los seres condicionados por la materia, porque la forma del Señor Supremo es puramente espiritual.
El alma misma posee, más allá de las identidades físicas y psíquicas que la recubren en el estado condicionado, una forma de la misma naturaleza. El cuerpo material y las funciones psíquicas dejan de funcionar en cuanto el ser espiritual abandona la envoltura carnal visible. De hecho, cuando decimos de un ser después de que ha dejado el cuerpo material, «Se ha ido», es porque ya no podemos distinguir su acción en el cuerpo. Mientras estaba en el cuerpo, su presencia podía percibirse siempre, incluso durante el sueño, cuando el cuerpo está inactivo, por el movimiento de la respiración. Así, cuando el alma eterna abandona el cuerpo, y el cuerpo que ocupaba muere, no significa que también deje de existir; de lo contrario, ¿cómo podría renacer una y otra vez?
En conclusión, el Señor existe eternamente en Su forma espiritual y absoluta, que no es ni material ni sutil (etérea) como las que asume el ser espiritual encarnado, y nunca debe compararse con ellas. El ser individual, distinto de Dios, que cada uno de nosotros es, posee también una forma espiritual eterna, que sólo pasa al estado condicionado por efecto de la contaminación material debida a su encarcelamiento en un cuerpo hecho de materia densa.