Logos 386
Aquellos que se dedican a la causa del Señor Supremo viven sólo para el bien, el desarrollo y la felicidad de todos los seres humanos sin excepción. No persiguen objetivos personales, pues están al servicio de Dios.
El ser humano que es devoto del Señor tiene todas las cualidades virtuosas. No tiene apego a la riqueza material y no busca adquirirla en absoluto. Vela por el perfecto bienestar de los que están bajo su cuidado, no sólo para la vida presente sino también para la próxima.
No puede permitir que se abran mataderos y estanques de pesca y acuicultura donde se matan millones de animales terrestres y acuáticos. No tiene nada en común con esos líderes sesgados e ineptos que protegen a un ser y permiten que otro sea masacrado. Sabe cómo actuar para que todos los seres vivos, seres humanos, animales y plantas, sean felices. No tiene ningún interés propio. El egoísmo puede ser convergente o divergente, es decir, centrado en sí mismo o extendido, pero en él no hay rastro de ninguno de los dos. Su único deseo es complacer al Señor Supremo, que es la Verdad Absoluta. En cuanto uno se pone al servicio del Señor, su interés debe estar en sintonía con el del Ser Supremo.
Dios quiere que todos los seres le obedezcan y así encuentren la felicidad. Por eso, el único deseo de un padre o de un guía espiritual debe ser el de guiar a todos los que están a su cargo por el camino de vuelta al reino de Dios. Por lo tanto, las actividades de las personas en este mundo deben coordinarse con este fin. Esta es la Perfección de la existencia.