Aquel que basa su vida en los principios de una civilización centrada en el alma, o en otras palabras, que adopta el camino del servicio devocional, es entonces capaz de entrar en el reino de Dios y alcanzar así la más alta perfección de la existencia. Así vivirá eternamente en el nivel del alma, con un conocimiento perfecto del servicio amoroso absoluto ofrecido al Señor. Por lo tanto, al sacrificar sus vastas posesiones materiales en beneficio de esta civilización del alma, el ser santo se califica para entrar en el reino de Dios, en comparación con el cual el reino celestial de nuestra galaxia parece insignificante. Quien recibe el favor especial de la Persona Suprema por haberse entregado por completo en el servicio de amor y devoción ofrecido a Su Persona Divina, podrá cruzar el océano infranqueable de la ilusión y realizar al Señor.
Sólo los que se entregan sin reservas al Señor pueden entrar en el reino de Dios. Hay que dejar de malgastar energía en seguir vanamente el camino del conocimiento experimental materialista.
Entregarse al Señor y servirle con amor y devoción es lo que confiere el verdadero conocimiento. El Señor es ilimitado, y por su poder interior, ayuda al alma sumisa a conocerlo según su entrega.
El Señor Krishna dice: «Según su entrega a Mí, en proporción los recompenso.»
Sea cual sea el cuerpo material en el que resida, el alma es la misma.
Como espíritus puros, todas las almas espirituales son iguales e idénticas, ya sea que residan en el cuerpo de un ser celestial, un ser humano, un animal o una planta.
Los que están verdaderamente iluminados no ven la apariencia exterior del ser vivo [el cuerpo de la materia], ya sea un ser celestial, un habitante de los planetas celestes, un ser humano, un animal o un vegetal.
Aquellos que están verdaderamente iluminados por el conocimiento divino puro, ya no ven el cuerpo material blanco, negro, amarillo, rojo o mixto, o la forma material animal o vegetal, sino sólo la entidad espiritual en su interior. A partir de entonces, sienten el mismo amor por todos los seres humanos sin excepción. Van incluso más allá, pues en todos los cuerpos de animales y plantas también ven sólo el alma espiritual que hay en su interior, y no diferencian entre un hombre, una mujer, un perro, un gato, un elefante, una hormiga, un árbol o una brizna de hierba, los aman a todos con igual amor. A través de la envoltura material, sólo ven la entidad espiritual encarnada que reside en ella.
Esto es el verdadero amor al prójimo. Por eso Dios ha ordenado durante miles de años no comer carne, pescado y huevos, proteger a todos los animales terrestres y acuáticos, y no destruir las plantas.