Logos 285
En el origen de todas las cosas, cuando el cosmos material aún no existía, las entidades espirituales, las almas espirituales, vivían con Krishna, Dios, la Persona Suprema en Su reino de conocimiento, dicha y eternidad y le servían con amor y devoción.
Pero algunas almas se volvieron envidiosas de Dios y quisieron usurpar su posición de Señor Soberano, de Maestro Absoluto y desafiaron su autoridad desobedeciéndole. En realidad, el ser vivo (la entidad o alma espiritual) es eterno y el cosmos material fue creado para permitir esta existencia ilusoria, que se llama «falso ego». El individuo se cree independiente de Dios y libre de hacer lo que quiera. Estos son los inicios del Paraíso Perdido, de la caída de Adán. Cuando Adán y Eva pensaron que eran libres de hacer lo que quisieran, se condenaron. Siendo el eterno sirviente del Señor Supremo, cada uno tiene que actuar en armonía con su deseo o voluntad. Cuando se desvía de este principio, está perdido. Expulsado del Paraíso, llega al universo material donde Dios le concede ciertas facilidades para actuar, pero le dice:
«Si actúas de acuerdo con mis directrices, podrás volver a mí. Si te niegas, caerás más y más.»
Así es la transmigración (reencarnación) del alma en el ciclo de muerte y renacimiento. Todo esto es el resultado de la desobediencia a Dios. Cuando el ser escucha la enseñanza del Señor Supremo, revive su posición original y vuelve a Dios, a su morada original.
El Señor Supremo dice: «Deja todas las formas de práctica religiosa y simplemente ríndete a Mí. Te libraré de todas las consecuencias de tus faltas. No tengas miedo.»