Al fin y al cabo, debes saber que no era Mi intención dejarte; nuestra separación fue ordenada por la providencia, que de hecho tiene la sartén por el mango en todo, y actúa como le parece. Esta misma providencia hace que se reúnan diferentes personas, y luego las dispersa a su antojo. A veces observamos que, en presencia de nubes y de un viento fuerte, se mezclan fragmentos de algodón y minúsculas partículas de polvo; pero cuando el viento amaina, se separan de nuevo, dispersándose en todas direcciones. Del mismo modo, el Señor Supremo es el creador de todas las cosas, y los diversos objetos que conocemos son manifestaciones de su energía. Es por su suprema voluntad que unas veces estamos unidos y otras separados. Por tanto, podemos concluir que, en última instancia, dependemos absolutamente de su voluntad.
Por fortuna, has desarrollado el amor y el afecto por Mí, que es la única manera de alcanzar el nivel espiritual en el que es posible vivir en Mi compañía. Todo ser vivo que adquiere tal afecto devocional puro y total por Mi Persona regresa, al final de esta existencia, a su morada original en el reino de Dios. En otras palabras, el afecto devocional puro y el servicio ofrecido a Mí conducen a la liberación suprema.
Nadie puede purificarse por una mera visita a los lugares sagrados de peregrinación, por bañarse allí o por visitar las representaciones materiales de Dios en los templos. Pero quien se encuentra con un gran sabio, una gran alma, un perfecto representante de Dios, se purifica de inmediato. Las sagradas escrituras también recomiendan para este propósito que uno debe rendir reverencia al fuego, al sol, a la luna, a la tierra, al agua, al aire, al éter y a la mente, porque adorando a todos estos elementos y a los seres celestiales que son sus maestros, uno puede liberarse de la influencia de la envidia. Pero todos los pecados de una persona envidiosa pueden reducirse a la nada en cuanto sirve a un alma magnánima. Aprende de Mis labios que aquel que tiene el cuerpo material, formado por tres elementos, moco, aire y bilis, como su verdadero ser, y a su familia y parientes como propios, que tiene los objetos materiales como dignos de adoración, o que visita los lugares de peregrinación con el único propósito de bañarse, sin buscar nunca el contacto de los altos sabios y las grandes almas, él, aunque posea una forma humana, no es más que un animal, nada mejor que un burro.