basa en una secuencia de acciones y reacciones. Puede compararse con una larga película de acciones y reacciones, y la duración de una vida no es más que un destello en este espectáculo de reacciones en cadena. Cuando un niño nace, el cuerpo particular que ha asumido es el comienzo de una nueva serie de acciones, y cuando un anciano muere, un conjunto de reacciones kármicas acaba de completarse. Podemos ver que, debido a sus diferentes actividades kármicas, una persona nacerá en una familia rica y otra en una familia pobre, aunque ambas puedan nacer en el mismo lugar, al mismo tiempo y en el mismo entorno. El que lleva consigo los frutos de las acciones virtuosas consigue renacer en una familia rica o piadosa, mientras que el que arrastra tras de sí acciones impías tiene que renacer en una familia desafortunada o inferior. Cambiar de cuerpo significa cambiar de ámbito de actuación, al igual que cuando se pasa del cuerpo de un niño al de un adolescente, las actividades también cambian.
Está claro que se asigna una forma corporal determinada al ser individual según una categoría de actividad concreta. Y este proceso ha sido continuo durante tanto tiempo que es imposible rastrear su historia.
El alma está activa en un cuerpo material, y cuando ese cuerpo deje de funcionar, el alma también interrumpirá la sucesión de sus actividades kármicas. Cuando el instrumento por el que actuamos se rompe y ya no puede funcionar, nos encontramos con lo que se llama la muerte. Y cuando conseguimos un nuevo instrumento, se produce lo que se llama el nacimiento. Ambas cosas se producen constantemente, a cada momento, a través de sucesivos cambios de cuerpo. El cambio final es la muerte, y la obtención de un nuevo cuerpo se llama nacimiento. Así se explica el nacimiento y la muerte. Pero en verdad, el alma no conoce ni el nacimiento ni la muerte, pues es eterna. El alma nunca muere, ni siquiera después de la muerte, la destrucción del cuerpo material.
El Supremo Eterno dice: «La muerte es segura para el que nace, y el nacimiento es seguro para el que muere».
La inteligencia del ser santo está siempre conectada con el Señor Soberano. Su actitud hacia la existencia material está marcada por el desapego, pues sabe perfectamente que el universo material es una creación de energía ilusoria. Al darse cuenta de que él mismo es una parte integral del Alma Suprema, de la cual es una partícula infinitesimal, el santo realiza su servicio devocional y no se involucra de ninguna manera en la acción material y sus consecuencias. De este modo, abandona finalmente su cuerpo material, o energía material, y como alma espiritual pura, vuelve al reino de Dios.
El Supremo Eterno dice: «Aquel que conoce la absolutez de Mi Venida y Mis Actos no tendrá que renacer de nuevo en el universo material; dejando su cuerpo, entra en Mi reino eterno».