El Señor Supremo continúa: «Así, según el designio del Soberano Señor, aquel que sólo ha mantenido a sus parientes es sumido en una condición infernal, para sufrir por sus actos pecaminosos, como un hombre que ha perdido su fortuna».
Esta palabra compara el sufrimiento del pecador con el de un hombre que ha perdido su fortuna. La forma humana la obtiene el alma condicionada sólo después de muchísimas existencias, lo que la convierte en un bien valioso. Si, en lugar de utilizarla para obtener la liberación, el ser la utiliza sólo para mantener a su supuesta familia, y para ello se compromete en actos insensatos contrarios a todas las formas autorizadas, entonces se vuelve como un hombre que ha perdido su fortuna y se aflige por ello. Una vez que el dinero se ha perdido, no sirve de nada lamentarse, pero mientras esté en posesión de uno, hay que utilizarlo adecuadamente y así obtener un beneficio eterno. Aquí se puede señalar que cuando un hombre deja el dinero que ha adquirido cometiendo diversas faltas, también se libera de sus actividades culpables. Pero según los arreglos hechos a un nivel superior, el hombre se lleva los efectos de sus faltas, aunque deja el dinero que ha adquirido deshonestamente. Si, por ejemplo, un hombre roba dinero y es detenido y se compromete a devolver el dinero que ha cogido, no se librará del castigo que le corresponde. Según la ley del Estado, aunque devuelva el dinero, debe ser castigado. Asimismo, aunque un hombre, al morir, se desprenda del dinero que ha adquirido por medios deshonestos, lleva consigo el efecto de sus faltas, según una justicia superior, y debe, por tanto, experimentar una existencia infernal.
El Supremo Eterno continúa: «Por lo tanto, quien aspire intensamente a mantener a su familia y parientes, hasta el punto de recurrir sólo a medios ilícitos, conocerá seguramente la región más oscura del infierno, conocida como Andhatamisra».
El hombre casado tiene el deber de mantener a su familia, pero debe esforzarse por ganarse la vida de la manera prescrita en las Sagradas Escrituras. Dios ha dividido la sociedad en cuatro grupos o divisiones sociales, según la naturaleza y la actividad de cada uno. Incluso sin tener en cuenta la enseñanza de Dios, podemos ver que en cualquier sociedad, el hombre es considerado según su naturaleza y actividad. El que hace muebles se llama ebanista, y el que trabaja con un martillo y un yunque se llama herrero. Del mismo modo, el médico y el ingeniero tienen cada uno su propio nombre y deber. Ahora, todas las actividades del hombre han sido divididas por el Señor Supremo en cuatro clases sociales, que consisten en los guías espirituales, los administradores, los comerciantes y los trabajadores. El Bhagavad-gita (Palabras de Krishna, Cristo, Dios, la Persona Suprema) y otras escrituras védicas conocidas como «El Verdadero Evangelio» definen los deberes específicos de cada uno de estos grupos sociales.
Se trata, pues, de vivir honestamente de acuerdo con la propia naturaleza. Un hombre no debe ganarse la vida por medios dudosos, o mediante actividades para las que no está cualificado. Si un guía espiritual desempeña las funciones de un sacerdote para iluminar a sus seguidores en los caminos de la espiritualidad, pero no