Recogemos lo que sembramos. Las leyes divinas que se aplican en todo el universo prevalecen sobre las leyes humanas.
La ley del karma, o la ley de acción-reacción, la ley de causa y efecto, permite comprender que toda acción conduce a una reacción. Toda acción buena trae felicidad futura, y toda acción mala trae cierto sufrimiento.
Dar la muerte a los seres humanos, así como a los animales inocentes, traerá ciertas consecuencias. Cualquier sufrimiento impuesto a los seres humanos y a los pobres animales caerá tarde o temprano sobre su autor. La ley del karma opera en todo el universo.
Todos los seres vivos, los seres humanos, los animales y las plantas, son cuerpos materiales que sirven de envoltura de materia a las almas espirituales que se han encarnado en ellos y que transmigran vida tras vida. Si los hombres tienen alma, también la tienen los animales y las plantas.
Las almas encarnadas en cuerpos animales evolucionarán naturalmente hacia las especies superiores, para alcanzar finalmente la forma humana. Sin embargo, las almas actualmente encarnadas en cuerpos humanos pueden, si dan la espalda a Dios, volver a caer en la especie inferior, animal o incluso vegetal, o por el contrario, si obedecen a Dios y cumplen su voluntad divina, evolucionar hacia formas superiores de existencia, y encarnarse en cuerpos de seres celestiales.
Según las leyes de la naturaleza, las especies inferiores evolucionan de las formas vegetales a las formas animales, y las formas animales a las formas humanas superiores. Sin embargo, una vez obtenido el cuerpo humano, si el ser encarnado no cultiva la conciencia de Dios, corre el riesgo de renacer en un cuerpo inferior, animal o incluso inferior, vegetal.
Por eso Dios nos ha ordenado desde hace miles de años que no dañemos a los animales ni a las plantas, sino que los amemos, los apoyemos, los cuidemos y les ofrezcamos el bienestar que merecen.
La destrucción del cuerpo de un ser vivo interrumpe su evolución. Todos los seres vivos tienen que cumplir un determinado periodo de reclusión en un tipo de cuerpo concreto antes de evolucionar a un nuevo cuerpo. Matar a un animal o a cualquier otro ser vivo sólo impide que el alma permanezca todo el tiempo que debería en un cuerpo determinado. Por lo tanto, debemos evitar destruir el cuerpo por el bien de los sentidos, como hacen los que comen carne, lo que nos haría incurrir en pecado.
Según la ley del karma, los que permiten que se mate a un animal, los que realizan el acto de matanza, los que venden la carne del animal sacrificado, los que la preparan, los que compran ese alimento y los que lo comen, son todos responsables del sufrimiento infligido a los animales. Todos ellos tendrán que sufrir por ello en sus vidas futuras.