La ilustración de esta verdad la proporciona Jesús con estas palabras: Me puse en medio del mundo y me manifesté a ellos en la carne. Los encontré todos borrachos. No encontré a nadie entre ellos que tuviera sed, y mi alma sufrió por los hijos de los hombres, porque están ciegos de corazón y no ven que vinieron al mundo vacíos, e incluso intentan irse vacíos, pero he aquí que ahora están borrachos. Cuando hayan rechazado su vino, entonces cambiarán su mentalidad.
La embriaguez es aquí la persecución desenfrenada de los deseos materiales interesados, y la sobreexplotación de los placeres de los sentidos, de los cuales la concupiscencia es el elemento principal. Es preferir el materialismo y las alegrías efímeras asociadas a él a la espiritualidad salvadora.
La palabra «vacío» significa estar inmerso en la ignorancia de todo conocimiento. En el sentido de Jesús, es nacer en la ignorancia de la verdad absoluta, y estar preparado para morir tan ignorante como al nacer.
Verdaderamente, nada puede suceder u ocurrir sin el consentimiento del Señor Supremo, sin Su voluntad.
Los insensatos creen que son la causa de su ascenso social, de su riqueza, de su poder y de su fuerza, e ignoran que todo eso se lo deben al Señor. En el universo material, todo ocurre bajo la influencia del tiempo y la acción combinada de la naturaleza material, que actúan bajo la dirección o autoridad de Dios.
Los que son verdaderamente conscientes de la verdad existencial, ni se alegran ni se lamentan, sean cuales sean las circunstancias. Para el hombre sabio que ve cómo ocurren los acontecimientos de la vida, no es cuestión de lamentarse o alegrarse por las acciones de la naturaleza material, sino que permanece tranquilo, pues sabe que Dios le protege y vela por él.
A quien le ama, le obedece y le sirve con amor y devoción, el Señor Krishna, Dios, la Persona Suprema, le dice: Así, adorándome a Mí, el Señor Omnipresente del universo, mediante un inquebrantable servicio devocional, el creyente virtuoso renuncia a todo deseo de alcanzar los planetas edénicos o de ser feliz en este mundo, con riqueza, hijos, ganado, casa o cualquier otro objeto relacionado con el cuerpo. Lo llevo más allá del nacimiento y la muerte.
Dios se lo lleva a su sublime reino por la eternidad, para no volver jamás al universo material donde reina el sufrimiento.
Cada uno de nosotros es, en verdad, un alma espiritual, no el cuerpo material.
El olvido de nuestra verdadera identidad espiritual se debe al cuerpo material denso en el que hemos encarnado. Por eso la relación que debemos tener con todos los demás seres humanos es la que se establece a nivel del alma, de alma a alma, y basada en la relación que une a cada alma individual con el Alma Suprema, Dios.