El mayor beneficio que se puede conferir al hombre es el de educarlo para que se desprenda de la vida sexual, pues sólo ésta perpetúa, vida tras vida, la existencia condicionada en la materia, manteniendo al alma aprisionada en su cuerpo material. La civilización que no propugna ninguna restricción sexual debe considerarse degradada, pues crea un clima en el que es imposible que el alma escape de la prisión del cuerpo material en el que se encuentra. Mientras se alimenta la atracción por el placer de los sentidos, el alma encarnada se ve obligada a reencarnarse repetidamente en un cuerpo material, que en realidad es un mero vestido sujeto a las leyes del desgaste.
Por eso los grandes sabios renuncian a la vida familiar y social y eligen vivir solos, como ermitaños.
¿Qué es lo que, incluso en contra de su voluntad, lleva al hombre a pecar, como si estuviera obligado a hacerlo?
En contacto con la materia, el alma se compromete sin vacilar en todo tipo de actividades pecaminosas, a menudo en contra de su voluntad. Se ve obligado a cometer faltas sin haberlo deseado.
El Señor lo explica con estas palabras: Es la concupiscencia sola. Nacido en contacto con la pasión, luego transformado en ira, es el enemigo devastador del mundo y la fuente del pecado.
La concupiscencia es el mayor enemigo del ser humano.
El Señor nos advierte con estas palabras: Tres puertas se abren en este infierno (los seres malvados se sumergen en el océano de la existencia material en diversas formas de vida demoníacas): la concupiscencia, la ira y la codicia. Que todo hombre cuerdo las cierre, porque llevan al alma a su perdición.
En sus palabras, el Señor describe los orígenes de la vida demoníaca. Los que buscan satisfacer su concupiscencia, si no lo consiguen, entonces surge la ira y la codicia. Por eso el ser humano cuerdo, que no quiere caer en la especie demoníaca, debe tratar de deshacerse de estos tres venenos o enemigos, capaces de engañar al alma, sumiéndola en la confusión y el engaño, hasta privarla de toda posibilidad de liberarse de las trampas de la existencia material, y como dice el Señor, llevarla a su ruina.
Cuando el alma entra en contacto con la creación material, su amor por Krishna se transforma bajo la influencia de la ilusión en concupiscencia. La concupiscencia insatisfecha se convierte en ira, y la ira en ilusión, por la que permanecemos atrapados en la existencia material. La concupiscencia es, pues, el mayor enemigo del ser espiritual encarnado. Mantiene el alma pura aprisionada en la materia.
Los seres espirituales tienen una pequeña independencia en este mundo material. Pero como han hecho un mal uso de ella y han convertido su actitud devocional en un deseo de disfrute material, han caído bajo el dominio de la concupiscencia. El mundo material fue creado por el Señor para que las almas condicionadas pudieran satisfacer sus deseos lujuriosos o carnales, y tras una serie interminable de esfuerzos infructuosos y frustrantes, el ser humano comienza a cuestionar su verdadera naturaleza.