Logos 394
En verdad, no somos ni blancos, ni negros, ni amarillos, ni rojos, ni mestizos, ni americanos, ni caribeños, ni europeos, ni asiáticos, ni africanos, ni oceánicos, por la sencilla razón de que no somos de este mundo material.
Una civilización se degrada gradualmente y se condena a sí misma a la condenación cuando descuida la educación espiritual, fomenta la matanza de animales terrestres y acuáticos con el fin de consumir su carne, y no protege a las mujeres y a los vulnerables o angustiados.
Una civilización que permite el florecimiento de la blasfemia, el odio y el racismo bajo la apariencia de la libertad de expresión, disminuye el intelecto, el sentido moral y la psique de sus ciudadanos, y les obliga a renacer en su próxima vida entre las especies animales, no merece el nombre de civilización humana.
Dirígete al Señor, pide al siervo del Señor Supremo que te ofrezca la conciencia de Dios, y evitarás los peores peligros y te salvarás. De la virtud proviene el verdadero conocimiento, y de la pasión de los sentidos, la codicia. La ignorancia es la causa de la insensatez, la tontería y el engaño.
La visión espiritual pura es la que permite comprender que más allá del universo material se encuentra el mundo espiritual, una verdadera maravilla. El universo material es un reflejo distorsionado del mismo. El Señor Supremo es tan bueno con todos los seres que Él, como Alma Suprema, también llamada Espíritu Santo, siempre acompaña al alma encarnada, sean cuales sean las circunstancias. El Señor permanece con ellos en sus corazones como testigo, guía, amigo, y esto, con el único propósito de ayudarles a regresar a su reino eterno.
Quiere que dejen este mundo de sufrimiento para siempre.
El ser humano es, en verdad, una entidad espiritual, un alma espiritual, y no el cuerpo de materia que lo cubría. El día en que todos los seres humanos tengan conciencia de Dios y de esta verdad, comprenderán que no son ni blancos, ni negros, ni amarillos, ni rojos, ni mestizos, ni americanos, ni europeos, ni africanos, ni caribeños, ni asiáticos, ni oceánicos, sino los miembros unidos de una misma familia divina, la de Dios, y que no son de este mundo material.
Entonces desaparecerán la blasfemia, el odio, el racismo, la discriminación, la inhumanidad, la indiferencia, la codicia, la envidia y el orgullo, y aparecerán el amor, la armonía y la paz. Es responsabilidad de todos nosotros, y Dios nos lo encomienda, difundir esta verdad por todo el mundo.