Logos 239
Dichoso el que es consciente de su identidad espiritual, porque permanece constantemente en la luz.
Permanece sereno en cualquier circunstancia, la ilusión no le afecta. Sólo él puede difundir el conocimiento puro que ha recibido de Dios, pues sólo cuando se alcanza esta realización se puede dejar de codiciar lo que no se tiene y de lamentar lo que se ha perdido. Sabe que el cuerpo y la mente que adquirió por su contacto con la materia al nacer son totalmente ajenos a su verdadero ser, su ser espiritual, y que constituyen una pesada carga para él. Por lo tanto, los aprovecha al máximo utilizándolos para cultivar la ciencia del alma.
A diferencia del mundo espiritual, el universo material es un mundo muerto, pues la materia es inerte y sólo cobra vida cuando entra en contacto con seres, almas espirituales vivas, partes integrantes de Dios.
Logos 240
El Supremo Eterno dice: «Comienza por frenar el azote de la concupiscencia, la fuente misma del pecado, regulando tus sentidos. Aplasta a este devastador del conocimiento y la realización espiritual.»
El Señor nos aconseja que empecemos por someter nuestros sentidos, para poder vencer al mayor enemigo, al mayor pecador, la concupiscencia, que destruye el deseo de realización espiritual y destruye el conocimiento del verdadero yo. El conocimiento del alma individual y del Alma Suprema es muy secreto y misterioso, porque está velado por la energía externa de Dios; pero es posible penetrar en este conocimiento, con la realización que implica, si el Señor mismo nos lo explica. Los seres vivos son parte integrante del Señor, y su única función es servirle. Este estado de conciencia es precisamente la conciencia de Dios, que debe desarrollarse desde el principio de la vida, para alcanzar su plenitud y ponerla en acción.
La concupiscencia es sólo un reflejo distorsionado del amor que todos los seres tienen por Dios. Pero si desde el principio de su existencia, el hombre es elevado en la conciencia de Dios, su amor natural por el Señor no puede degenerar en concupiscencia. Cuando el amor de Dios degenera de esta manera, se hace muy difícil recuperar su condición natural. Sin embargo, la conciencia de Dios es tan poderosa que incluso quien la adopta tardíamente puede revivir su amor por Dios observando los principios regulativos del servicio devocional. Por lo tanto, uno puede, en cualquier momento de su vida, o tan pronto como se dé cuenta de la importancia y la urgencia, comenzar a controlar sus sentidos desarrollando la conciencia de Dios, sirviendo al Señor con amor y devoción, transformando así la concupiscencia en amor a Dios: tal es la perfección de la vida humana.