Logos 226
La civilización atea puede ser aniquilada por Dios en cualquier momento.
Desde la creación del universo material, siempre ha habido dos tipos de seres: los creyentes virtuosos y los incrédulos de naturaleza demoníaca. Los creyentes son siempre leales a Dios, la Persona Suprema, mientras que los incrédulos siguen siendo siempre ateos que desafían la supremacía del Señor.
En la actualidad, el número de incrédulos ateos es considerable en todo el mundo. Pretenden demostrar que Dios no existe y que todo ocurre por la combinación y permutación de elementos materiales. Los científicos ateos llegan a afirmar que todo ocurre por casualidad. Como resultado, el universo en el que vivimos se está volviendo cada vez más impío, como resultado de lo cual todo está cayendo en el caos. Si esto continúa, el Señor no dejará de reaccionar, como lo hizo con las civilizaciones y naciones desaparecidas. En poco tiempo, aquellos monarcas ateos y sus seguidores fueron todos aniquilados; del mismo modo, si la actual civilización atea sigue desarrollándose, sufrirá el mismo destino, con un simple gesto del Señor. Por lo tanto, los seres demoníacos deben tener cuidado y reducir sus actividades impías. Deben escuchar a los siervos de Dios que están trabajando para difundir la conciencia del Señor Supremo y volverse leales a Dios, la Persona Soberana; de lo contrario, están perdidos.
Logos 227
Una civilización que no tiene en cuenta la elevación gradual del alma inmortal sólo fomenta una vida de ignorancia animal. No es razonable creer que todas las almas que pasan de la vida a la muerte alcanzan el mismo destino. Esta filosofía es la obra de Satanás, la energía de la ilusión.
O llega al lugar que ha elegido para sí mismo, o se ve obligado a someterse a una condición determinada por la vida que acaba de llevar. Lo que distingue al materialista del espiritualista es que el primero no puede determinar su próximo cuerpo, mientras que el segundo puede adquirir conscientemente uno que le permita experimentar los placeres de los planetas superiores y paradisíacos. A lo largo de su vida, el materialista, obsesionado con la satisfacción de sus sentidos, se pasa el día trabajando para mantener a su familia y por la noche malgasta su energía en placeres carnales o se duerme meditando sobre lo que ha conseguido durante el día.
Tal es la monótona historia de los materialistas. Aunque se clasifican de forma diferente como empresarios, abogados, políticos, profesores, magistrados, porteros, carteristas, trabajadores, etc., en realidad no tienen otra preocupación que comer, dormir, aparearse, defenderse y satisfacer sus sentidos. Así, sacrifican sus preciosas vidas en la búsqueda de los placeres materiales y no logran la perfección de la existencia a través de la realización espiritual que permite entrar en la vida real donde la felicidad es sublime, el reino de Dios.
Demasiado apegado a los placeres de los sentidos, a la riqueza y a la fama, extraviado por estos deseos, nadie conoce la firme resolución de servir al Señor Supremo con amor y devoción, el único camino para conocer la dicha perfecta y la vida eterna.