Logos 195
Jesús había dicho: «El que me dice: “Señor, Señor”, no necesariamente entrará en el reino de los cielos, sino sólo el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.»
La vida material y la vida espiritual son opuestas: una se caracteriza por la desobediencia a la voluntad del Señor Soberano, mientras que la otra se caracteriza por la sumisión a esa misma voluntad del Supremo. Ahora bien, puesto que todos los seres espirituales son partes integrales del Señor Supremo, siempre deben consentir la voluntad de la Persona Divina Absoluta; tal es la unidad perfecta.
En el reino del Supremo Eterno, todos los seres están en comunión con el Señor Supremo, pues nunca se oponen a Su voluntad, mientras que en este mundo material, en lugar de estar de acuerdo con Su voluntad divina, siempre están en desacuerdo. La forma humana nos permite aprender a acatar las órdenes del Señor Supremo.
Las leyes de la naturaleza material son muy estrictas y nadie puede anularlas. Pero cualquiera que se rinda al Señor y acepte hacer su voluntad puede superar fácilmente estas leyes implacables. Cualquier ser humano que se tome muy en serio el ofrecer un servicio amoroso y devocional al Señor puede, con el tiempo, alcanzar la perfección espiritual y entrar así en el reino de Dios.
Logos 196
Dios, la Persona Suprema, está presente en el mundo material en su forma de tiempo eterno, y es neutral hacia todos los seres. Nadie es su aliado o su enemigo. En el reino del tiempo, todos los seres reciben los frutos, buenos o malos, de sus propios actos egoístas o karma. Los seres de este mundo, según su karma particular, experimentan una vida de placer o de dolor.
Aunque Dios, la Persona Suprema, es la causa original de todas las causas, no es responsable del sufrimiento material ni de la felicidad de nadie. En ningún momento los seres individuales son independientes. Tan pronto como se declaran independientes del supremo Maestro, Dios, inmediatamente son colocados en este mundo material, para que puedan probar suerte libremente, en la medida de lo posible. El mundo material está pues creado para aquellos seres descarriados que deciden su propio karma, o actos egoístas, y se aprovechan del elemento tiempo; así hacen su propio destino, bueno o malo.
Todos los seres son creados, todos se mantienen vivos durante algún tiempo y todos deben morir finalmente. En estos tres aspectos de la vida, el Señor es igual a todos. Es según el propio karma que un ser debe sufrir o disfrutar de la existencia material. Las diversas posiciones, más altas o más bajas, atribuidas a los seres en este mundo, sus alegrías y sus penas, se deben a su propio karma.
Dios está lleno de benevolencia, da a todos una oportunidad igual, pero cada uno, por efecto de su propio karma, debe experimentar en este mundo material una vida de sufrimiento o de placer.