La Vía de la Profundización del Yo Espiritual
El príncipe Arjuna interroga de nuevo al Señor Krishna.
Oh Krishna, primero me pides que renuncie a los actos, y luego que actúe, en el espíritu de la devoción. Dime claramente, Te ruego: ¿cuál de estos dos caminos es el mejor?
El Bendito Señor dice:
La renuncia a los actos y el acto devocional, ambos conducen a la liberación, pero más elevado es el acto devocional.
Sabe esto, aquel que no aborrece ni codicia los frutos de sus actos, conoce la renunciación inmutable. Liberado de la dualidad, él suelta fácilmente los lazos que lo sujetan a la materia.
Sólo un ignorante afirmaría que la acción devocional concluye de forma diferente al estudio de los elementos materiales. Los verdaderos sabios afirman que si uno sigue cualquiera de los dos caminos perfectamente, uno alcanza sus fines comunes.
Aquel que sabe que la meta alcanzada por la renunciación también puede ser alcanzada por la acción devocional, y que por lo tanto se da cuenta de la unidad de estos dos caminos, es aquel que ve las cosas en su perspectiva correcta.
Quien practica la renuncia pero no sirve al Señor con amor y devoción no puede encontrar la felicidad. El sabio, por el contrario, se purifica mediante actos devocionales y pronto alcanza el Absoluto. Aquel cuyos actos están impregnados de devoción, el alma pura, dueña de sus sentidos y de su mente, es querido por todos, y todos son queridos por él. Aunque siempre activo, nunca cae en las trampas del karma.
Aunque vea, oiga, toque, huela, coma, se mueva, duerma y respire, aquel cuya conciencia es puramente espiritual sabe que no es el autor de sus actos. Siempre es consciente de ello: cuando habla, acepta o rechaza, evacua, abre o cierra los ojos, sólo intervienen los sentidos materiales; él mismo no tiene ninguna relación con estos actos. Así como el agua no moja las hojas del loto, el pecado no afecta a quien, sin apego, cumple con su deber, ofreciendo los frutos al Señor Supremo.
Rompiendo sus apegos, el espiritualista actúa con su cuerpo, su mente, su inteligencia e incluso sus sentidos, con un único propósito: purificarse. A diferencia de quien, sin unión con la Divinidad, codicia los frutos de su trabajo y se empantana así en la materia, el alma establecida en la devoción encuentra, al ofrecerme los resultados de todos sus actos, una paz sin mezcla. Cuando el alma encarnada domina su naturaleza inferior, renuncia a toda acción por el pensamiento, vive en paz en la ciudad de nueve puertas [el cuerpo] y no realiza, ni causa, ningún acto material.