Logos 432
Las leyes divinas rigen todo el cosmos y, por tanto, tienen autoridad sobre todos los planetas de todas las galaxias del universo material.
En verdad, toda la manifestación cósmica fue creada en fecha inmemorial con las leyes divinas como fundamento, para que reine el orden, la cohesión y la armonía.
Hoy en día, muchos políticos y jefes de Estado alzan su voz en rechazo de las leyes divinas. Tal es su ignorancia de los hechos de la verdad. No sólo no aceptan las leyes divinas como legítimas, sino que dicen que no deben sustituir a las leyes humanas, que son las únicas que deben observarse y aplicarse. Las leyes humanas son imitaciones imperfectas de los preceptos y mandamientos divinos. Algunos responsables no sólo permiten que los ciudadanos infrinjan las leyes divinas, sino que les obligan estrictamente a obedecer sus propias leyes bajo pena de castigo. Pero el pueblo sufre más si descuida las leyes divinas y observa sólo las leyes humanas. Imperfecto por naturaleza, bajo cualquier forma de condicionamiento material que se encuentre, el hombre, incluso el más evolucionado, sólo puede crear una legislación imperfecta.
Las leyes divinas no tienen imperfecciones. Si los seres humanos se instruyen en ellas, qué necesidad hay de la legislación y, por tanto, de las leyes humanas, que deben ser constantemente modificadas, revisadas o mejoradas, pero no las de Dios, pues proceden del Ser Supremo, que posee la perfección suprema y absoluta.
Todo ser vivo, humano o animal, cree que es libre de disponer de sí mismo, mientras que en realidad nadie escapa a las leyes del Señor Supremo, Dios, leyes que son severas e inviolables para siempre. Puede ocurrir que los malhechores, con astucia, burlen la legislación de los hombres, pero nunca impunemente los códigos o leyes del Supremo Legislador, Dios. Cualquiera que se aventure a desviarse lo más mínimo del camino trazado por Dios se verá en serios problemas.
En general, las leyes de Dios se llaman preceptos, cuyo principio esencial invariable es que en todas las circunstancias el hombre debe obedecer la voluntad del Señor Soberano. Nadie escapa a las leyes de Dios, y es aquí donde se ve el origen mismo de la existencia material. Cada uno de los que habitan este mundo material se ha expuesto voluntaria y libremente al riesgo de ser condicionado por la materia, y se ha lanzado a la trampa de las leyes de la naturaleza material.
Pero el propósito de la vida humana es precisamente llevar al ser espiritual encarnado en esta forma a conocer las causas de su condicionamiento, la única manera de escapar de las garras de la existencia material. La única manera de salir de esta esclavitud material es entregarse a la voluntad del Señor. Pero el necio, en lugar de escapar de las garras de maya, la energía de la ilusión, se enreda en los diversos nombres de lo que cree que es su verdadera identidad; intelectual, administrador, comerciante, trabajador, hindú, cristiano, judío, europeo, americano, chino…, y sólo cumple las órdenes de Dios bajo la influencia de las leyes y escrituras correspondientes a esa identidad. Esta identidad sólo concierne al cuerpo, y el ser encarnado lo ignora.