Cuando el ser individual que es distinto de Dios es verdaderamente reanimado por la energía espiritual, todos sus sentidos se purifican, y entonces se dedica exclusivamente al servicio del Señor. Así iluminado, el ser santo no tiene más actividades materiales. Tampoco tiene ningún deseo de dedicarse a esas actividades. Este camino por el que el ser separado purifica sus sentidos y los utiliza en el servicio del Señor no es otro que el servicio del amor y la devoción.
Aunque parezca que un hombre permanece despierto todo el día, hasta que no haya desarrollado en sí mismo la visión espiritual, en realidad sólo está durmiendo. Hasta que no llegue a actuar en plena luz espiritual, se considera que está continuamente dormido.
Después de pasar innumerables vidas en arduas austeridades para obtener conocimiento, el hombre alcanza el verdadero conocimiento y la verdadera sabiduría cuando se rinde a Krishna, Dios, la Persona Suprema. Así, el ser santo que ha alcanzado el conocimiento perfecto no puede olvidar en ningún momento lo que le debe al Señor.
Así que si de alguna manera llegamos a ser conscientes de Krishna, Dios, la Persona Suprema, no importa cuáles sean nuestros motivos iniciales, finalmente nos daremos cuenta de la verdad tal y como es por la gracia del Señor. Entonces perderemos todo el interés por los placeres materiales, que nos parecerán anodinos. Sólo los seres santos, los devotos de Krishna, Dios, la Persona Suprema, pueden alcanzar la perfección de la existencia. En cuanto al que da sólo los primeros pasos en el camino del servicio devocional y que, sin ser aún maduro, cae de su posición, es sin embargo superior al hombre que se dedica por completo a los actos egoístas de este mundo material.
Entregarse a Dios, amarlo y servirlo con amor y devoción, pone fin a las desgracias y sufrimientos que padecemos en este mundo, nos acerca al Señor Supremo y nos permite entrar en su reino eterno.
El ser vivo que no se eleva al nivel de servicio devocional a Dios es poco mejor que un sepulcro.
Cualquiera que no sea conducido por sus acciones a volverse hacia la religión, que no sea conducido por sus prácticas religiosas rituales a elegir la renuncia al placer de los sentidos y al materialismo, o cuya renuncia no conduzca al servicio devocional ofrecido al Señor Supremo, debe ser considerado muerto, aunque esté respirando y viviendo.