Las cualidades correctas, la actitud correcta, el comportamiento idéal
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La institución relativa a las cuatro divisiones o clases sociales fue concebida y creada por Dios. Nada de lo creado por el Señor puede ser destruido o borrado. Las clases sociales continuarán existiendo, ya sea en su forma original o en la forma degradada actual, sino porque fueron creadas por Krishna, Dios, la Persona Suprema, nada puede destruirlas.

Cuando estos diferentes grupos se organizan de tal manera que cooperan entre sí de acuerdo con los principios védicos, los Vedas, las sagradas escrituras originales, toda la humanidad, incluidos los hombres, los animales y las plantas, experimenta paz y progreso espiritual.

Pero cuando la envidia, la codicia, la avaricia, el odio, la ira, la discriminación, el desorden y la desconfianza mutua aparecen entre estas clases sociales, entonces todo se deteriora y resulta una situación deplorable. En la actualidad, el mundo entero se encuentra en este estado deplorable por haber dado ciudadanía a tantos intereses desviados de origen materialista donde el placer de los sentidos es la tensión.

Este estado de cosas resulta de la degradación de las cuatro clases sociales y las cuatro órdenes espirituales. Hoy nadie respeta la clase social a la que pertenece, por orgullo y por afán de lucro. Ahora es común ver seres codiciando una posición superior sin tener las habilidades requeridas, ni el conocimiento, el nivel moral, intelectual y espiritual que se requiere.

Es por esto que Dios exige que no cambiemos de actividad, o que no nos decidamos a realizar los deberes que corresponden a otra persona competente, aunque podamos realizarlos perfectamente, sino que permanezcamos en nuestra posición natural., en el clase social a la que pertenecemos, para cumplir con nuestros propios deberes. Querer cumplir con el deber de otro es abrir la puerta a la degradación y al pecado.

El Señor dice: «Es mejor cumplir con el propio deber, aunque sea de manera imperfecta, que asumir el de otro, incluso para cumplirlo perfectamente. Por el cumplimiento de los deberes prescritos, que su naturaleza asigna a cada uno, nunca se incurre en pecado».

El deseo de disfrutar de los frutos de nuestros actos nos obliga también a aceptar las consecuencias que de ellos se derivan.

El Señor dice: «Tienes derecho a cumplir los deberes que te han sido encomendados, pero no a gozar del fruto de tus actos. Nunca creas ser la causa de las consecuencias de la acción, y en ningún momento trata de huir de tu deber».

Hay que considerar tres factores: el deber prescrito, la acción independiente y la inacción.

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