Krishna fue bastante capaz, por sí mismo, de lograr la victoria en la batalla de Kuruksetra; sin embargo, prefirió incitar a su devoto Arjuna a luchar y recoger el mérito de la victoria. El Señor Caitanya Mahaprabhu, el Avatar Dorado, muy bien podría haber dado a conocer Su Nombre y misión al mundo; sin embargo, prefirió depender de sus devotos para cumplir con esta tarea. Considerando todos estos puntos, el aspecto más importante de la autonomía del Señor Supremo es que Él elige depender de Sus devotos. Esto es lo que se llama su misericordia inmotivada. El ser santo que se ha vuelto consciente de esta misericordia inmotivada del Señor Supremo puede conocer la noción de amo y sirviente.
Se nos ha concedido un cuerpo particular para gozar y sufrir por un tiempo determinado, y todo esto de acuerdo con nuestras actividades egoístas cometidas en nuestra vida anterior. Pero este cuerpo pertenece a Krishna, y es gracias a él que podemos cumplir con nuestro deber y ofrecerlo al Señor, nosotros, sus eternos servidores.
El Señor Krishna dice sobre este tema: «Has dedicado tu vida y tu cuerpo a Mi servicio. Tu cuerpo no te pertenece, no tienes derecho a suprimirlo. Tengo muchos servicios que realizar a través de ti.»
Dios nos ordena no hacer daño a nadie.
No debemos hacer daño a nadie, ni a los seres celestiales que habitan los planetas edénicos, paradisíacos que componen la región superior de nuestra galaxia, a todos los seres humanos sin excepción, a todos los animales terrestres y acuáticos y a todas las plantas en su diversidad.
En verdad, todos somos seres espirituales, fragmentos diminutos, partes integrales de Kṛiṣhṇa, Dios, la Persona Suprema. Todos pertenecemos a la energía marginal de Kṛiṣhṇa, y como tal todos somos iguales.
En todos los cuerpos materiales, desde los seres celestiales, a los seres humanos, animales y plantas, reside un alma espiritual. Dios, que reside en el corazón de todos los cuerpos materiales en su forma de Alma Suprema llamada también Espíritu Santo, habita junto a cada una de ellas. Por eso el Señor pide no hacer daño a nadie.
Al comienzo de la existencia en la tierra, Dios había ordenado a los seres humanos que velaran por todos los animales, desde el elefante hasta la hormiga, así como sobre todas las plantas, desde el árbol que cobija a una gran cantidad de seres vivos, hasta la brizna de pasto, para cuidarlos y protegerlos.
El ser humano no debe desconocer la existencia de cualquier ser vivo, desde los seres celestiales, hasta los seres humanos, pasando por los animales y las plantas.