No se debe comer carne, pescado ni huevos.
Una persona que es plenamente consciente de los principios religiosos nunca debe ofrecer carne, pescado y huevos en las ceremonias de sacrificio. Además, nadie debería comer esas cosas. Cuando se ofrece la comida adecuada, preparada con ghee, a las personas santas, se complace a los ancestros y al Señor Supremo, que nunca están satisfechos con la matanza de animales con el pretexto del sacrificio.
El envío de diversos animales a los mataderos para ser sacrificados y descuartizados, la extracción de peces de los océanos, el mar, los ríos, los estanques de peces y los estanques de acuicultura, así como los moluscos y diversos mariscos de la ostricultura, El pecado más abominable es matarlos por asfixia para comercializar sus cadáveres y comer su carne.
Desde hace miles de años, Dios pide a los hombres que cierren los mataderos, las pesquerías industriales y artesanales, las pescaderías, las carnicerías, los criaderos diversos y otros centros de muerte, ¿cuándo obedecerán al Señor?
Las causas de las epidemias y otros desastres naturales.
Sabed, en efecto, que nada puede suceder u ocurrir sin la aprobación, el consentimiento o la sanción de Dios, pues es Él quien dirige todo en el cosmos material, así como en el mundo espiritual. Es el Monarca Supremo.
Además de los cuatro sufrimientos inherentes al mundo material, a saber, el nacimiento, la enfermedad, la vejez y la muerte, hay otros tres: los causados por el cuerpo y la mente, los causados por otras entidades vivientes y los causados por los poderes naturales, que provocan desastres naturales como terremotos, hambrunas, sequías, lluvias torrenciales, inundaciones, epidemias, frío intenso, etc.
El propio ser humano es la causa de su propio sufrimiento.
Son los propios pensamientos, palabras y acciones negativas las que ponen en marcha la ley del karma, la ley de acción-reacción o la ley de causa y efecto. Estas leyes se ponen en marcha cuando hay una ruptura con Dios. Esta ruptura es obra del propio ser humano y no de Dios.
Es porque el hombre ha elegido dar la espalda a Dios, no obedecerle, no servirle con devoción, envidiarle, tomarse a sí mismo por el Ser Divino, acaparar los bienes del Señor, ignorar su palabra, sus enseñanzas, sus leyes, preceptos y mandamientos divinos, y creerse el beneficiario de todo lo que existe, que debe pagar el precio y sufrir las consecuencias.