El primer deber de un rey o de un jefe de Estado es velar por su pueblo y proteger a todos sus ciudadanos, sean quienes sean. Todos los seres humanos de un Estado son considerados ciudadanos, así como todos los animales terrestres, rastreros, voladores, acuáticos, salvajes y domésticos, y todas las plantas. Todos los seres humanos, animales y plantas son seres vivos con derecho a vivir, porque cada uno de ellos es un alma encarnada en un cuerpo concreto.
Por ello, los monarcas y jefes de Estado deben velar por que nadie atente contra la vida y la integridad de todos los ciudadanos, tanto humanos como animales y vegetales.
Por la ley de acción-reacción, o la ley de causa y efecto, todos los pensamientos, palabras y acciones tienen efectos positivos y negativos, que inevitablemente conducen a consecuencias positivas para los virtuosos en esta vida, y a consecuencias negativas para los culpables de actos atroces en la siguiente. Dios nos deja actuar por nuestra cuenta y riesgo. Allí donde la justicia humana no actúa, porque es laxa, la justicia divina siempre cumple su labor y castiga a los culpables de actos injustos.
Aquellos que caminan con Dios en la virtud, y que le obedecen, se refugian en Él. Qué puede ser más natural para una persona virtuosa en peligro que pensar en Dios, que le protegerá. Que esté en peligro inminente, y el Señor lo protegerá.
El Señor dice: «Ríndete a mí, y te tomaré bajo mi protección.»
Es hora de que todos los seres humanos sin excepción adopten los principios de la espiritualidad, como la austeridad, la pureza, la compasión y la veracidad.
Todo jefe de Estado tiene el deber de velar por que los principios de espiritualidad, austeridad, pureza, compasión y veracidad se establezcan en todo su territorio y que los principios de irreligiosidad, vanidad, uniones carnales ilícitas, fuera del matrimonio, prostitución, embriaguez y duplicidad sean frenados por todos los medios, es decir, con sanciones severas e incluso penales.
Todos los reyes y gobernantes justos gobiernan bajo la autoridad de Dios. Actúan bajo la guía iluminada de los sabios y eruditos maestros espirituales, que son competentes en la elevación espiritual de los seres humanos, mientras que ellos, los gobernantes, se especializan en el arte de establecer la paz y la prosperidad material en la sociedad. Estos dos grupos son los pilares de la felicidad universal, por lo que deben actuar juntos en perfecta unión para el bien común de todos los seres vivos, seres humanos, animales y plantas.