Logos 153
Brahma, el demiurgo y primer ser creado, rogó al Señor que no le permitiera olvidar su relación eterna con Él en el curso de sus actividades materiales, pues no quería sumirse en la oscuridad de la ignorancia, ni separarse de Dios, y mucho menos olvidarlo.
En respuesta a esta oración, el Señor le ordena que no crea ni por un momento que puede existir independientemente de Su omnipotencia. El ejemplo que da a este respecto es el del fuego. La llama que brota de la madera es siempre la misma, independientemente de la madera que se utilice. Del mismo modo, los cuerpos que habitan la creación material pueden tener diferencias específicas de forma y calidad, pero las almas espirituales que los animan no difieren entre sí. La propiedad del fuego, el calor, es en todas partes la misma, y la chispa espiritual, ese fragmento del Ser Espiritual Supremo, es de la misma naturaleza en todos los seres. Así, el poder del Señor se distribuye por toda su creación. Sólo este conocimiento absoluto puede liberarnos de la contaminación de la ilusión material. En este nivel, puesto que el poder del Señor es omnipresente, el alma pura, el devoto del Señor, puede ver todo en relación con Él, de modo que no tiene apego a las envolturas externas, los cuerpos materiales. Esta visión espiritual pura le hace inmune a todas las contaminaciones a las que está expuesto por el contacto con la materia. El ser santo nunca olvida la presencia del Señor, sean cuales sean las circunstancias.
Olvidar a Dios es el peor castigo de todos, pues es sumirse en la oscuridad, la ceguera, la ignorancia, la angustia, el miedo, la desesperación, el sufrimiento y la muerte.
Por otra parte, conocer al Eterno Supremo, estar inmerso en la conciencia de Dios, lleva naturalmente a amarlo, a complacerse en obedecerlo, a hacer Su voluntad, a entregarse a Él, a servirlo con amor y devoción, y a disfrutar así de Su dulce protección. Entonces nos encontramos en la luz, la dicha, el conocimiento, la verdad absoluta y la vida eterna.