Palabras De Krishna, Cristo, Dios, la Persona Suprema
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En un lugar sagrado y apartado, debe proveerse de un asiento de hierba kusa, cubierto con una piel de ante y un paño suave, ni demasiado alto ni demasiado bajo. Allí debe sentarse firmemente, practicar yoga (la práctica de la unión y comunión con Dios) controlando la mente y los sentidos, fijando sus pensamientos en un solo punto y purificando así su corazón.

Con el cuerpo, el cuello y la cabeza rectos, la mirada fija en la punta de la nariz, la mente en paz, dominada, libre de temor, firme en el voto de continencia, debe entonces meditar en Mí en su corazón, haciendo de Mí el objetivo último de su vida.

Así, por el dominio del cuerpo, por el dominio de la mente y del acto, el espiritualista, alejado de la existencia material, alcanza Mi morada [el Reino espiritual].

Nadie puede convertirse en espiritualista si come mucho, pero también poco, si duerme mucho, pero también poco.

Cuando, mediante la práctica, el espiritualista logra regular las actividades de su mente, cuando, liberado de todos los deseos materiales, alcanza el Absoluto, se dice que está establecido en el yoga. Maestro de la mente, el espiritualista permanece firme en su meditación sobre el Ser Supremo, como una llama que, al abrigo del viento, no vacila. La perfección del yoga, la meditación, se alcanza cuando, mediante la práctica, la mente se retira de toda actividad material. Entonces, una vez purificada la mente, se da cuenta de su verdadera identidad y saborea la alegría interior. En este estado feliz, disfruta, a través de sus sentidos purificados, de una felicidad espiritual infinita. Habiendo alcanzado esta perfección, el alma sabe que nada es más precioso, y no se desviará de la verdad, sino que permanecerá imperturbable, incluso en medio de las peores dificultades. Tal es la verdadera liberación de todos los sufrimientos nacidos del contacto con la materia.

Esta práctica del Yoga debe ir acompañada de una fe y una determinación inquebrantables. El espiritualista debe desechar sin reservas todos los deseos materiales engendrados por el falso ego (la identificación con el cuerpo y el deseo de dominar la materia) y dominar así la totalidad de los sentidos a través de la mente.

Con firme convicción, debe elevarse gradualmente, mediante la inteligencia, a la concentración perfecta, y fijar así su mente en el Ser Supremo, sin pensar en nada más. Dondequiera que se deje llevar por su naturaleza febril e inconstante, la mente debe ser puesta bajo el control del yo espiritual.

El espiritualista cuya mente está absorta en el Ser conoce sin duda la felicidad última. Habiendo comprendido que es partícipe del Absoluto (de Dios), ya está liberado; su mente está serena, sus pasiones están apaciguadas. Está libre de todo pecado. Establecido en la realización espiritual, purificado de todas las impurezas materiales, el espiritualista disfruta de la felicidad suprema que proviene de la unión constante con el Absoluto.

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