Palabras De Krishna, Cristo, Dios, la Persona Suprema
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El alma es indivisible e insoluble; el fuego no la alcanza, no puede secarse. Es inmortal y eterna, omnipresente, inmutable y fija.

Se dice del alma que es invisible, inconcebible e inmutable. Sabiendo esto, no debes lamentarte por el cuerpo.

E incluso si crees que el alma está eternamente ocupada por el nacimiento y la muerte, no tienes razón para lamentarte.

La muerte es segura para el que nace, y el nacimiento es seguro para el que muere. Puesto que tienes que cumplir con tu deber, no debes lamentarte tanto.

Todas las cosas creadas son originalmente inmanifiestas. Se manifiestan en su estado transitorio y, una vez disueltas, son inmanifestadas. ¿De qué sirve entristecerse por esto?

Algunas personas ven el alma, y para ellas es una maravilla asombrosa. También otros hablan de ella, y otros oyen hablar de ella. Hay algunos, sin embargo, que, incluso después de oír hablar de ella, no pueden concebirla.

El que está sentado en el cuerpo es eterno, no se le puede matar. Por tanto, no tenéis necesidad de llorar a nadie.

Conoces, además, tus deberes como guerrero. Te ordenan luchar según los principios de la religión, así que no puedes dudar.

Bienaventurados los guerreros a los que se ofrece así la oportunidad de luchar, porque entonces se les abre la puerta de los planetas del deleite.

Pero si te niegas a librar esta justa batalla, pecarás por no cumplir con tu deber, y perderás así tu reputación de guerrero.

Los hombres hablarán para siempre de tu infamia, y para quien ha conocido los honores, la desgracia es peor que la muerte.

Los grandes generales que estimaban tu nombre y tu gloria creerán que sólo el miedo te hizo abandonar el campo de batalla, y te juzgarán un cobarde.

Tus enemigos te cubrirán con palabras ultrajantes y se burlarán de tu valor. ¿Qué podría ser más doloroso para ti?

Si mueres luchando, llegarás a los planetas del deleite. Si vences, disfrutarás del reino de la Tierra. Levántate, pues, y lucha con firmeza.

Lucha por deber, sin contar tus alegrías o tus penas, tu pérdida o tu ganancia, tu victoria o tu derrota; así, nunca incurrirás en pecado.

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